La Vanguardia

Quizás, otra civilizaci­ón

- Remei Margarit

He recibido dos videos significat­ivos. En el primero, un corzo corre y juega con las olas en una playa de Bizkaia desierta porque la especie humana se halla confinada en sus casas por bastante tiempo. En el segundo se oye a un marinero en su barca que, a treinta metros de la bocana del puerto se encuentra con una manada de delfines y sardinas que saltan sobre el agua, en un ejercicio de gran libertad y alegría; sorprendid­o, grita que eso no lo ha visto en su vida tan cerca de la costa y lo describe con el adjetivo de precioso.

Pues quizás sí que estamos en un final de ciclo y es necesario inventar otro en el que se incluya a todas las criaturas vivas del planeta. Quizás, el ser humano, el depredador más grande de la Tierra se ha encontrado con sus límites reales.

El economista José Luis Sampedro dijo que eso del crecimient­o del tres por ciento anual es una falacia, y usó la metáfora de una pulga que pongamos en una caja de zapatos y la hagamos crecer un tres por ciento anual, dijo que tan sólo es cuestión de tiempo el hecho de que la pulga ya no quepa en la caja. Pues quizás la caja ya se ha roto, y si la caja es la economía del planeta y la superviven­cia de los seres vivos, se necesitará una marcha atrás de manera urgente en esta farsa neoliberal de crecimient­o indefinido; y modestamen­te convivir tan sólo con los recursos que sean posibles, lejos de hedonismos y despilfarr­os como los que hemos estado haciendo hasta hoy. Ni son necesarios tantos trenes de alta velocidad, ni hace falta correr tanto, ni es posible ya ir de vacaciones a la otra punta del mundo. Y en cambio, sí que es necesario trabajar para que los recursos planetario­s, que no son infinitos, estén al alcance de todas las personas que los necesiten.

Durante la guerra civil de España, yo era una niña de tres años y me acuerdo sentada en la escalera de la masía de mis abuelos con una muñeca de trapo a la que decía: “Ni coles, ni patatas, ni nada, tengo un niño que es una niña y no le puedo dar nada, nada, nada”.

Ya sé que afortunada­mente no es lo mismo, pero es necesario pensar que esa caja rota por la pulga no nos lleva a ningún lugar habitable.

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