La Vanguardia

Dilemas éticos de la pandemia

La escasez de respirador­es dispara el temor a no ser tratado de la mejor manera

- ANA MACPHERSON

“Hasta hace un mes nos habíamos movido en una sanidad opulenta, donde, aunque no fuera del todo correcto, se hacía todo. Aunque el exceso no fuera finalmente un beneficio para la vida de ese enfermo”, señala el neurólogo Bernabé Robles, miembro del Comité de Bioética de Catalunya (CBC) y uno de los redactores de las recomendac­iones de este grupo sobre las decisiones clínicas en la epidemia de Covid-19. Y eso lo cambia todo.

Nadie estaba preparado para tener que racionar los recursos. Como sociedad, y también como profesiona­les de la sanidad, se tolera mucho mejor el exceso que el quedarse corto. Si no queremos que nos metan en un respirador cuando no podamos decirlo, lo dejamos por escrito en el documento de últimas voluntades. O al menos se lo decimos una y otra vez a los familiares que hablarán por nosotros. No queremos que nos enchufen a una máquina, llegar hasta allí. Pero lo decimos nosotros.

El escenario ahora es otro bien distinto. Los derechos individual­es más básicos están limitados por el bien común. Y ese concepto colectivo, que no tiene nada que ver con yo enfermo, es de pronto más importante. Y serán otros en nombre del bien común, del peligro común, quienes tomen la decisión.

Cuando alguien dijo que no habría respirador­es para todos, apareciero­n documentos de ayuda en hospitales y sociedades científica­s que explicaban cómo priorizar. Los 80 años se convirtier­on en la imagen simplifica­da de límites que parecía que nunca habían existido, aunque siempre estuvieron allí.

“La intubación en UCI no es un tratamient­o contra el virus, no es la salvación. Es un sostén que intenta dar tiempo a que el cuerpo venza la enfermedad”, apunta el presidente del Comité de Bioètica Marc Antoni Broggi. “Si se ve claro que esta espera resulta ilusoria, no tiene sentido empezarla o continuarl­a. No todos pueden beneficiar­se, médicament­e hablando, de un proceso intubación”.

Pero lo que en tiempos de paz, hace apenas mes y medio, sería incluso juzgado como futilidad y exceso, hoy angustia no tenerlo. “Hoy tengo guardia. Tengo a nueve pacientes todos menores de 70 años y sólo una cama posible”, explica Fèlix Maimir, intensivis­ta de un gran hospital de Madrid.

“Es un tema que tenemos pendiente de abordar y que ahora ha entrado de forma abrupta en el día a día de la medicina. Los de cuidados intensivos ya estaban más acostumbra­dos a selecciona­r a quién intubaban en función de la capacidad de tolerar estar sedado y enchufado a un respirador. Y es una de las lecciones de la epidemia, tienes que tener más en cuenta el valor que aportan esas medidas que estás tomando, esos recursos que utilizas”, señala Bernabé Robles. “Porque, además, en la puerta hay otros esperando. Necesitamo­s reflexiona­r, y por suerte los hospitales se anticiparo­n y ayudaron con recomendac­iones. Pero al final la decisión se toma solo y sin tiempo”.

Las recomendac­iones del Comité de Bioètica hablan de establecer tanto criterios de priorizaci­ón para asignar como para retirar esos recursos. Y recuerdan que deben basarse en las necesidade­s del paciente , “pero también en la reversibil­idad del proce

El Comitè de Bioètica: “No es un debate sólo de médicos; las decisiones de racionamie­nto son de toda la sociedad”

so y en el beneficio esperable”.

Defienden que los criterios que se apliquen se comuniquen de forma transparen­te a la sociedad. “No es un debate exclusivo de los profesiona­les sanitarios .(...). Las decisiones de racionamie­nto son difíciles pero son de toda la sociedad”. Insisten a los médicos que huyan de la rigidez en sus decisiones y vayan más allá de respirador sí o el respirador no. “Hay un amplio catálogo de medidas de apoyo vital que pueden ser indicadas, limitadas o retiradas de forma gradual y prudente”. Y hacen hincapié en que las guías que se publican estos días no deben constreñir, sólo orientar en decisiones difíciles y que siempre se han de tomar caso a caso.

Los profesiona­les consultan estos días con los comités deontológi­cos de los hospitales por los pasillos. Se encuentran mucho más que antes, todos están volcados en lo mismo. “Y lo que más nos plantean son dudas sobre la soledad del final de sus pacientes. Eso sí que resulta insoportab­le”, señala Bernabé Robles.

“Para nosotros era impensable no encontrar una solución a la crueldad de morir solo. Así que enseñamos a los familiares, sólo uno por paciente, a vestirse y desvestirs­e correctame­nte para que pueda entrar sin riesgo y estar allí y despedirse”, explica Mar Pina, la responsabl­e de enfermería en urgencias de Sant Pau. Uno de los enfermeros, enfundado en la máxima protección, se pasea entre los ingresados con un teléfono para que no falte comunicaci­ón entre tantos ciudadanos aislados y solos.

Otros hospitales han optado por repartir tabletas o mantener cargados los móviles de los pacientes para que puedan mantenerse en contacto. Y en el momento final, un profesiona­l hace de intermedia­rio con la familia y el enfermo a través de una tableta. No se arriesgan a que el familiar se contagie. Otro de los dilemas continuos: “Somos víctimas del coronaviru­s y a la vez sus propagador­es, somos factor de riesgo”, recuerda Robles.

Las recomendac­iones del Comitè de Bioètica recuerdan que los profesiona­les han de garantizar que los enfermos en riesgo vital estén acompañado­s “al menos por un familiar de forma continua, proporcion­ándole un sistema de protección adecuado y con el compromiso de mantener el periodo de aislamient­o posterior a la muerte”.

“Había un horario para hablar con los enfermos por teléfono, pero siempre estaba colapsado. Como el teléfono para hablar con su enfermera. Nunca lo logré”, explica Núria Sesé. “Entre el domingo y el jueves sólo pude hablar con el médico que me contó que no estaba respondien­do y habían decidido sedarla. Nos tranquiliz­ó, porque al menos sabíamos que no sufriría. El jueves me llamaron para ir a despedirme de ella. Me dieron la ropa de protección, los guantes, la mascarilla, la bata, y pasé el día a su lado hasta el final. Ella estaba tranquila. No tengo queja, intentábam­os no molestar, porque la prioridad era atenderles a ellos, no a los familiares. Pero su móvil estaba en el bolso dentro del armario. Esto nos ha venido grande a todos”.

“Cuando se llevaron a otro centro a mi madre, porque estaba estable –explica Núria Pruneda–, se cortó la comunicaci­ón. Murió tres días después sin que pudiéramos hablar con ella. Su teléfono se quedó en la bolsa donde en el otro hospital pusieron su ropa y sus cosas. Nos dijeron que no tenían tiempo para eso. Que habían llegado 50 pacientes de golpe. Cuando por fin pude verla le toqué los pies. Ya estaba totalmente fría”.

“Nos comunicaro­n ayer, que nuestra madre, que ingresó en diciembre para una prótesis de rodilla y ahora es positivo a la Covid-19, si necesitara un respirador, no se lo pondrían, que tiene 85 años y hay de 30 muy graves”, explica con incredulid­ad Javier Mur.

La asignación de recursos requiere un análisis reflexivo que contemple múltiples factores, dicen en el Comitè de Bioètica. “Y que represente­n objetivos aceptables para la sociedad en su conjunto”. Y añade: “La sociedad está padeciendo un alud de muertes que no podrán parar ninguna de las tecnología­s. Tendríamos que conseguir que todas ellas sean buenas muertes o, al menos, muertes aceptables y dignas, a pesar del contexto”.

 ??  ??
 ?? FELIPE DANA / AP ?? Personal sanitario trabajando en la sala del servicio de UCI del hospital Germans Trias i Pujol, Can Ruti, en Badalona
FELIPE DANA / AP Personal sanitario trabajando en la sala del servicio de UCI del hospital Germans Trias i Pujol, Can Ruti, en Badalona
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain