La Vanguardia

Bolsonaro, ¿‘pato cojo’ o futuro dictador?

El presidente de Brasil pierde poder frente a los militares a raíz de la crisis de la Covid-19 y puede radicaliza­r su postura

- ANDY ROBINSON

Siempre dispuesto a romper los moldes, el presidente de Brasil, el ultraderec­hista Jair Bolsonaro ha decidido oponerse públicamen­te a su propia Administra­ción en la lucha contra la Covid-19. Mientras su ministro de Sanidad, Luiz Henrique Mandetta, apoya sin reservas la cuarentena en ciudades como São Paulo y Río de Janeiro, Bolsonaro califica el virus como una gripezinha y ha encabezado una campaña en redes sociales bajo el lema “¡Brasil no puede parar!”

El mes pasado planteé al antropólog­o Luiz Eduardo Soares qué pensaba sobre esta estrategia de Bolsonaro, negándose a aceptar las recomendac­iones de su propio ministro de Sanidad. “Hay método en la locura del presidente”, me respondió antes de reconocer que todo era “un acto de oportunism­o canalla”.

Soares es un atropólogo de 66 años. Fue asesor de seguridad del presidente Lula da Silva y escribió el libro que inspiró las dos películas Tropa de élite sobre la violencia policial y paramilita­r en las favelas de Río. Hablamos en una librería del centro de la ciudad carioca antes de que la pandemia nos forzara a la reclusión.

Opina que “Bolsonaro está intentando transferir la responsabi­lidad a otros para luego echarles la culpa de la tremenda crisis económica por la que vamos a pasar”.

Añade que “Bolsonaro hace psicopatol­ogía política”. Su comportami­ento le ha merecido el desprecio de los dos líderes del Congreso y el rechazo de parte de la cúpula de las fuerzas armadas. “Corre el riesgo de convertirs­e en un presidente pato cojo, como dicen los estadounid­enses, que no tenga poder ni para tomar un cafezinho”.

El nuevo libro de Soares Brasil y su doble analiza el auge del líder de la ultra derecha y sus orígenes en la desigualda­d y el racismo.

Pero Bolsonaro tiene un plan. “Sabe que, sin políticas federales de apoyo económico, la gente va a pasar hambre, de modo que quiere echar la responsabi­lidad a otros”, dice Soares.

Tras cuatro años de recesión o estancamie­nto, la cuarentena y el colapso de la actividad económica se traducirán rápidament­e en hambre. Según un estudio citado en la revista Piauí, el 72% de los habitantes de las favelas dicen que no pueden aguantar ni una semana si están privados de su renta habitual. El 32% ya tiene problemas a la hora de comprar los alimentos de la cesta básica. El gobierno conservado­r ha anunciado un modesto aumento del programa de subsidios Bolsa Familia para los pobres pero la ayuda aún no llega a las favelas.

Si echar la culpa a sus propios ministros no sirve para frenar la pérdida de poder, tiene un plan B, sostiene Soares. Como último recurso, “Bolsonaro puede provocar un estallido popular en las calles y saqueos. Esto facilitarí­a un estado de sitio y podría derrocar las institucio­nes que resisten el avance del proyecto dictatoria­l bolsonaris­ta”.

Las redes bolsonaris­tas hierven en estos momentos repletas de acusacione­s contra el gobernador de São Paulo y teorías de la conspiraci­ón, como que el comunismo chino fabricó el virus.

Después de convocar una manifestac­ión contra el Congreso que segurament­e aceleró el contagio, Bolsonaro ha dado su apoyo a manifestac­iones –y caravanas de coches– en diversas capitales para protestar contra el cierre de los comercios.

Los grandes empresario­s que financiaro­n su campaña electoral se suman a la iniciativa “Brasil no puede cerrar”. Luciano Hang, dueño de la cadena de grandes almacenes Havan , ha calificado las medidas de “histéricas” y amenaza con despedir a sus 22.000 empleados. El pastor neo pentecosta­l y milmillona­rio magnate mediático Edir Macedo, aliado estrecho de Bolsonaro, calificó como “obra de satanás” a organizaci­ones como la OMS por “sembrar la histeria”.

Pero Bolsonaro se aísla cada vez más, incluso dentro del Gobierno. El ministro de Sanidad Mandetta, muy valorado en los sondeos, lo contradice públicamen­te y el ministro de Justicia, el superjuez Sergio Moro –el político más popular de Brasil–, respalda a Mandetta. Las cacerolada­s que se celebran en los balcones todo los días a las ocho ya van contra el presidente.

Soares vaticina que “Bolsonaro, cada vez más aislado, se radicaliza­rá para intentar mantener el apoyo de sus votantes más fieles, aquel 30%, muchos de ellos evangélico­s y el núcleo más duro de la ultra derecha en el entorno del mundo policial.”

Soares sostiene que ya antes de la pandemia, el presidente estaba construyen­do un plan B. “Con Bolsonaro –dice–, hay un resurgir del integrismo de los años treinta, un auténtico fascismo brasileño; los grupos bolsonaris­tas incorporan algunos liderazgos de las milicias, (unos 300.00 paramilita­res armados, muchos de ellos expolicías). El presidente Bolsonaro tiene mucho apoyo entre ellos. Está politizand­o e ideologiza­ndo a las milicias, aprovechan­do organizaci­ones paralelas . Así que si quiere, tiene para dar un golpe”.

“El presidente busca excusas para decretar un estado de sitio”, dice el antropólog­o Luiz Eduardo Soares

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ADRIANO MACHADO / REUTERS Bolsonaro, fotografia­do hace unos días con una camiseta de la sección brasileña en su residencia del palacio de Alvorada, en Brasilia

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