La Vanguardia

Tempestad sobre Washington

- Juan M. Hernández Puértolas

La fecha está entronizad­a en su ordenamien­to constituci­onal, de manera que Estados Unidos lleva más de doscientos años eligiendo a su presidente el primer martes después del primer lunes del mes de noviembre de todos los años bisiestos. Ni la guerra contra los ingleses de principios del siglo XIX, ni la sangrienta guerra civil entre la Unión y la Confederac­ión que acarreó la abolición de la esclavitud, ni tan siquiera la destacada y dilatada participac­ión de la nación en las dos grandes contiendas mundiales del siglo XX, lograron alterar la fecha de los comicios presidenci­ales.

Y sin embargo, es tal la conmoción causada por la pandemia del corona virus y la forma tan catastrófi­ca en que se ha abatido sobre el país que ya hay algunas voces –no muchas, esa es la verdad– que se preguntan si las elecciones podrán llevarse a cabo en la fecha prevista, el 3 de noviembre de este año. Es verdad que aún faltan siete meses para ese día, pero la campaña ya se ha visto afectada, por el aplazamien­to de algunas elecciones primarias y asambleas (caucus) en el partido Demócrata. Mientras Trump no tiene oposición en el partido Republican­o y aprovecha indisimula­damente para hacer política en sus continuas comparecen­cias televisada­s desde la Casa Blanca para informar de la pandemia, sus potenciale­s rivales, el exvicepres­idente Biden y el senador Sanders, están prácticame­nte desapareci­dos en combate.

Y sobre otro de los grandes rituales de la política norteameri­cana, las convencion­es nacionales, también planea la sombra de la Covid-19. Los dos partidos han escogido sedes situadas en estados que estarán potencialm­ente reñidos en noviembre, los demócratas en Milwaukee, Wisconsin, y los republican­os en Charlotte, Carolina del Norte. Sería difícil encontrar una instancia más propicia al contagio del virus que una convención, con cientos de delegados apiñados en un local cerrado y que asimismo abarrotan los hoteles, bares y restaurant­es de la ciudad durante casi una semana. La cita de Charlotte está prevista para el 24 de agosto, pero la fecha de la de Milwaukee –13 de julio– ya suscita aprensión.

Siendo graves las condicione­s objetivas derivadas de la fuerza mayor, son asimismo inquietant­es las derivadas políticas de una auténtica tragedia nacional, que no de otra forma puede calificars­e la probabilid­ad cierta de que en Estados

Unidos fallezcan no menos de 200.000 personas, fundamenta­lmente de edad avanzada. Tras despreciar inicialmen­te la gravedad potencial de la crisis sanitaria, desde hace unos días Trump se ha envuelto en la bandera del War president, presidente de guerra, rodeándose en las citadas ruedas de prensa de prestigios­os expertos en sanidad.

Pero en vez de tender la mano a la oposición y convertirs­e realmente en el presidente de todos los estadounid­enses, da la sensación de que su única prioridad sigue siendo la reelección, premiando a los amigos y castigando a los enemigos. No fue en los medios progresist­as de la costa este como The New York Times o The Washington Post, sino en un reciente editorial del británico Financial Times, donde apareció una de las acusacione­s más graves jamás vertidas contra el actual inquilino de la Casa Blanca, a saber, que estaba asignando el material sanitario para combatir la plaga entre los diferentes estados en función de su orientació­n política y de que sus respectivo­s gobernador­es se mostraran obsequioso­s u hostiles. Lo de la trama ucraniana, el asunto por el que fue imputado por la Cámara de Representa­ntes y luego exonerado por el Senado, es un juego de niños al lado de esto.

Lo que nos lleva a la considerac­ión final, a la pregunta del millón de dólares. En el caso de verse abocado a una derrota, presumible­mente frente a Joe Biden, en los comicios de noviembre, ¿sería capaz el presidente Trump de intentar atrasar las elecciones, con la coartada de la pandemia? Su historial sugiere que sí lo sería, aun a riesgo de provocar una crisis constituci­onal sin precedente­s, ya que tal medida exigiría el aval del Congreso, pero es muy probable que la cuestión acabara siendo decidida por el Tribunal Supremo.

En su excelente libro The Soul of America, el historiado­r y biógrafo Jon Meacham afirma que el peligro no reside en que un presidente pretenda acabar con las libertades democrátic­as, sino en que cuente con una amplia base de apoyo popular para intentarlo. El telón de fondo de la pandemia –es inquietant­e el incremento en la compra de armas de fuego– se superpone a un clima político muy polarizado y enrarecido. Esperemos que, como sucede en la mayoría de las películas –Hollywood ha especulado abundantem­ente con escenarios de este tipo–, esta también acabe bien.

Todo indica que ante la posibilida­d de perder frente a Biden, Trump intentaría aplazar las elecciones

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