La Vanguardia

Desescalar y desescalar

- Francesc-marc Álvaro

Cuan más complicada es la realidad, más importan las palabras. Mucha gente piensa que es justamente al revés: que ahora los discursos están de más, porque lo que hace falta es acción y, sobre todo, acciones inmediatas y eficaces. Siempre que hay una gran crisis, se nos filtra –por las rendijas del miedo– el menospreci­o por el verbo, que es también la desconfian­za por las explicacio­nes que nos dan; si la comunicaci­ón oficial de nuestros gobernante­s (españoles y catalanes) se pareciera un poco a la que exhibe Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York, quizá las palabras serían recibidas con menos apatía. Ahora bien, está probado que las decisiones que funcionan lo hacen mucho mejor si se explican bien y, a la vez, que sólo se puede comunicar de manera solvente lo que se ha decidido (y, por lo tanto, se ha pensado) de modo razonado y bien informado. Hablamos, si les parece, de las palabras relacionad­as con la gestión política de la Covid-19. El Gobierno ha bautizado como “fase de desescalad­a” la fase “de transición” del estado de alarma, un escenario que se prevé que empiece “en pocas semanas”, marcado por la vuelta escalonada a una cierta normalidad, y un eventual relajamien­to de las medidas más duras. La expresión me ha llamado la atención. Antes, hasta hace muy poco, el verbo “desescalar” aplicado a la política, en España, sólo se utilizaba para hablar de Catalunya, del proceso soberanist­a y de la situación posterior a la declaració­n unilateral de independen­cia, el 155, la cárcel, el exilio y la condena de los dirigentes independen­tistas dictada por el Tribunal Supremo.

Decíamos y escribíamo­s cosas como “hay que desescalar para encontrar una salida” o “sin desescalar no podremos hablar del problema de fondo”. Se esperaba que la mesa de diálogo de gobiernos (parece que mencione algo de cien años atrás) fuera la gran oportunida­d para que la desescalad­a del procés pasara de la mera expresión de buenas voluntades a una concreción lo más tangible posible.

La agenda ha cambiado de golpe. La crisis del coronaviru­s ha congelado y arrinconad­o (iba a escribir “se ha comido”, pero sería falso) la crisis del procés .La dimensión y el alcance global de los hechos mandan. No obstante, siempre hay algo que nos recuerda que, antes de la pandemia, teníamos muchos asuntos pendientes. La pasada semana, la Sala de lo Penal del Supremo se reunió telemática­mente para dar un aviso previo –método insólito– destinado a los funcionari­os concernido­s: estos podrían ser acusados de prevaricar si interpreta­ban la normativa en el sentido de permitir que los presos independen­tistas –y otros de segundo grado– pasaran el confinamie­nto en su hogar, como ya se aplica a los de tercer grado. La agenda ha cambiado, pero hay actitudes que no cambian a pesar del momento excepciona­l.

Mientras esperamos desescalar pronto con respecto al confinamie­nto, se confirma que ciertos entornos de poder no contemplan ni de lejos que el mismo verbo pueda aplicarse al procés. La palabra venganza sigue fascinando mucho a algunos.

Ciertos entornos de poder no contemplan que este verbo pueda aplicarse al ‘procés’

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