La Vanguardia

La vida como problema político

- Josep Miró i Ardèvol

Estos días de confinamie­nto obligado son una ocasión para reflexiona­r. Ayuda la Semana Santa con su triple significac­ión del sufrimient­o y muerte del viernes, del silencio del sábado, cuando “todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; y de un vacío desolador que paraliza”, utilizando palabras del Papa. No obstante, a todo ello le sigue el domingo de Pascua, promesa de resurrecci­ón y gloria.

Esta pandemia “desenmasca­ra nuestra vulnerabil­idad y deja al descubiert­o esas falsas y superfluas seguridade­s. Nos muestra cómo habíamos dejado abandonado lo que sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad… Pone al descubiert­o todos los intentos de olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos”, nos dice Francisco.

No sabemos cuándo y cómo saldremos de esta. Lo que es seguro es que la pandemia marca una inflexión histórica. No podremos olvidar fácilmente la mortandad de los mayores, el 85% de las víctimas, ni por qué ha sucedido.

Ha quedado claro: cuando se discute sobre política se está discutiend­o sobre la vida como problema político. En un extremo, el sufrimient­o, la enfermedad, la muerte. En el otro, el nacimiento. En medio, las condicione­s que permiten una vida digna realizada en el bien.

La vida, que, como escribió Václav Belohradsk­y en La vida como problema político ,es lo opuesto a la ideología –a la partitocra­cia, por tanto–. La ideología que todo lo sacrifica a su propio fin, que es el poder, que hace abstracció­n del ser humano concreto, que lleva dentro de si el odio ideológico, que convierte al discrepant­e en enemigo, y que aflora incluso en estas penosas circunstan­cias. La ideología, cuya conclusión lógica es el totalitari­smo, que hoy se trasmite mediante el control de nuestras mentes, como bien explica Tim Wu en Comerciant­es de atención. La lucha épica por entrar en nuestra cabeza.

Hace años que un gran personaje, el padre de la primera república checoslova­ca Tomáš Masaryk, afirmó que “la lucha por la religión” era la base de la lucha por la democracia, porque hace que las conciencia­s en función religiosa se mantengan independie­ntes del Estado y de las ideologías, en condicione­s de criticarla­s, y valorarlas por lo que hacen y desde los valores que realizan, y no desde los intereses partidista­s. Nuestro nuevo futuro empieza ahí.

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