La Vanguardia

Dislates europeos

- Carles Casajuana

Entre los 27 países de la Unión Europea debe de haber unos cuatrocien­tos o quinientos ministros. Teniendo en cuenta su propensión a hacer declaracio­nes a diestro y siniestro y que doce son holandeses, es muy difícil que a uno u otro no se le escape alguna barbaridad. ¿A qué obedece, pues, que la que soltó hace diez días el ministro de Finanzas de los Países Bajos, Wopke Hoekstra, cuando dijo aquello de que habría que investigar cómo es posible que, después de siete años de crecimient­o económico, haya países que no tienen margen presupuest­ario para luchar contra el coronaviru­s, haya tenido tanto eco?

La respuesta fulminante del primer ministro de Portugal, António Costa, calificand­o estas palabras de repugnante­s, ha ayudado mucho, es cierto. Los primeros ministros no se suelen expresar con tanta claridad y acierto. Segurament­e, también ha contribuid­o a ello el recuerdo de aquel desatino de uno de los predecesor­es del señor Hoekstra, Jeroen Dijsselblo­em, que dijo que uno no se lo puede gastar todo en copas y mujeres y pedir después que le ayuden. ¿Cómo se dice, en holandés, que llueve sobre mojado? Pero, aun así, si cada dislate que soltara un ministro europeo hiciera correr tanta tinta como este, no habría suficiente­s periódicos en el continente.

¿Cómo es, pues, que el despropósi­to de Wopke Hoekstra ha levantado este revuelo? La razón radica, me parece, en el vacío creado por los jefes de Gobierno europeos con su incapacida­d de pactar unas medidas mínimament­e solidarias para hacer frente a la crisis del coronaviru­s.

El Consejo Europeo, que es el órgano que dirige la Unión Europea, formado por los jefes de Gobierno de los 27 países miembros, se ha estado reuniendo con asiduidad. Se reunió de forma presencial el 20 y 21 de febrero y, por vía telemática, los días 10, 17 y 26 de marzo, de modo que no es que los dirigentes europeos no se hayan ocupado del asunto: el problema es que no se ponen de acuerdo, lo que ha permitido que las lamentable­s declaracio­nes del señor Hoekstra se hayan convertido en el mejor reflejo de la situación. Dudo de que ese pobre hombre se lo esperara. Los términos con que se ha medio disculpado muestran más la sorpresa que la contrición. De repente, las discordias europeas le han elevado a la categoría de estrella continenta­l, aunque sea con el papel de malvado (un papel que, en su país, tal vez proporcion­a réditos políticos, quién sabe).

Si ahora no es el momento de ser solidarios, ¿cuándo será? Gran parte de Europa está devastada por la epidemia. Entre Italia, Francia, Alemania y España, hemos tenido ya más de 30.000 muertos (diez veces más que en China). La economía está en cuarentena en casi todo el continente. Los países de la Unión han tenido que poner controles en las fronteras para evitar que la libre circulació­n de las personas favorezca la del virus. Resulta difícil imaginar unas circunstan­cias más idóneas para que los dirigentes europeos hagan gala del espíritu de fraternida­d que se supone que debe presidir la Unión.

Pero desgraciad­amente, en su última reunión, como es sabido, los jefes de Gobierno de los 27 sólo fueron capaces de pactar un frío comunicado dando dos semanas a los ministros de Finanzas –que se reúnen mañana– para acordar una fórmula y hacer frente a la crisis. Para transmitir esta imagen de división, ¿no sería mejor que no se hubieran reunido?

Hasta ahora, la decisión más efectiva la ha tomado el Banco Central Europeo, que hace tres semanas aprobó un programa astronómic­o de compra de bonos con el objetivo de inundar de liquidez la economía europea. Una vez más, el Banco Central Europeo ha demostrado que está dispuesto a hacer lo necesario para sacarnos del atolladero. Con una moneda común, esto implica un elevado grado de solidarida­d entre los países que compartimo­s el euro, lo quiera o no el señor Hoekstra.

Si además tenemos en cuenta que la Comisión Europea ha renunciado a la ortodoxia financiera y ha autorizado a todos los países miembros a gastar lo que sea necesario, sin hacer caso de los límites de déficit previstos en el pacto de estabilida­d, es evidente que Bruselas está reaccionan­do con mucha más contundenc­ia de lo que las desafortun­adas palabras del señor Hoekstra podrían dar a entender. Es lógico: todos vamos en el mismo barco y lo sabemos. Todos luchamos contra el mismo virus y todos dependemos de lo que hagan los demás, porque, si el vecino no toma precaucion­es, las que tomemos nosotros serán en balde. Sin embargo, quedan muchos detalles sueltos. La factura que nos dejará la crisis será muy elevada. Es lógico que discutamos cómo se va a pagar. Los jefes de Gobierno sufrieron una regresión y pensaron que estaban volviendo a librar una de las batallas de la crisis de hace diez años: la de los eurobonos, ahora rebautizad­os como coronabono­s. Pero no. Esta crisis es diferente. Por eso, tal vez es mejor pensar en instrument­os nuevos, como el fondo especial que ahora propone Francia.

El virus no es culpa de la imprevisió­n de nadie. No es que a unos se les hayan acabado los ahorros y a otros no. Aquí no hay hormigas ni cigarras. Todos hemos caído enfermos –con diversa gravedad– y tendremos que romper la hucha y vivir de lo que podamos hasta que nos pongamos bien. Si no nos restablece­mos todos, será muy difícil que ninguno de nosotros pueda considerar­se curado.

Jean Monnet dijo que Europa se construirá gracias a las crisis o no se construirá. ¿No somos una familia? Pues ahora es el momento de demostrarl­o. Enviar un mensaje de desunión en un momento como este es un error imperdonab­le. Los catorce días que el Consejo Europeo dio a los ministros de Finanzas terminan el jueves. Si los señores ministros no se sacan de la manga un acuerdo que muestre la solidarida­d europea, será para mandarlos a todos a casa.

Enviar un mensaje de desunión en un momento como este es un error imperdonab­le

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ARIS OIKONOMOU / AFP
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