La Vanguardia

Héroes, ‘forever and ever’

- Joana Bonet

Qué será de Marieta, la niña de diez años con parálisis cerebral a quien su madre paseaba por el parque cuando salía el sol y las flores de cerezo alfombraba­n el camino de su silla de ruedas igual que a una pequeña emperatriz? Y de Bárbara, Gladys, Marlene, de todas aquellas que cuidaron de nuestros hijos mientras íbamos al trabajo, y que hoy pueden ocuparse de los suyos en sus sótanos impregnado­s de humedad y ausencia. Dónde estará aquel hombre tullido, siempre sonriente, que pedía limosna en la puerta de la pastelería y custodiaba los perros de los clientes más confiados a cambio de un euro, incluso de un croissant. En qué lugar habrá caído la prostituta nigeriana expulsada del prostíbulo sin paga alguna, tan sólo con su maletica y un haz de sombras en su cabeza deliberand­o entre el infierno y la nada.

Cómo soportarán la rutina del encierro aquellas parejas que, lejos de representa­r la perfección, se sustentaba­n en la moderación del roce, evitando el conflicto y espaciando sus horas en zapatillas. Con qué materia estará cimentado el coraje de las cajeras del súper que ya no pueden besar a su marido o a sus hijos, y que al llegar a casa se desinfecta­n: ducha y gel hidroalcoh­ólico por todo el cuerpo, porque ya ni sienten los dedos después de teclear con miedo, de soportar un terror de ocho horas para que sigamos comiendo. Pienso también en Toni Riera, el fotógrafo de la libertad y el peace & love ibicencos; imagino el respirador y su cama en la UCI; la inconscien­cia en la que aún están sumidos su mente y su cuerpo mientras los médicos luchan por su vida y un grupo de amigos le va contando por Whatsapp que sale el sol, que el mar platea, que la vida le espera.

Intercambi­o prendas en mis oraciones, igual que en aquellos pactos secretos de la infancia: “Dios, si apruebo el examen, me portaré mejor con la bruja de mi tía abuela”. Y pido protección para quienes nos salvan a pesar de la precarieda­d y del caos, como esa enfermera de cuidados intensivos de la Fundación Jiménez Díaz que se durmió dos días seguidos tras semanas de lucha feroz contra la enfermedad. “El hospital está desierto, hasta que llegas a la zona de la Covid-19. Pasas de no ver a nadie a entrar en el mismo abismo. ¿Recuerdas cuando, en las películas de vaqueros, los indios se enfrentan al Séptimo de Caballería? A algunos de los que están en primera fila se les ve morir cuatro o cinco veces... Pues esos indios somos las enfermeras de la UVI”, me contó. La valentía ha mudado de piel. Ellos son nuestros héroes y heroínas a pie de calle, y no sólo por un día.

Pido protección para quienes nos salvan a pesar de la precarieda­d y del caos

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