La Vanguardia

La lectura en tiempos de virus

- Jordi Nadal J. NADAL, editor

Tres semanas de confinamie­nto ya. Nos prometimos –víctimas del autoengaño– tener tiempo para leer Guerra y paz en la primera semana. Confesémos­lo: no ha sido así, y, sin embargo, conviene recordarno­s razones que avalan el beneficio de la lectura.

En este contexto, en el que todos tenemos que saber qué papel debe ocupar la lectura en el contexto personal y familiar, vale la pena mencionar la Declaració­n de Stavanger sobre el futuro de la lectura. A finales del 2018, en ese pueblo noruego se hizo público el resultado de un estudio en el que 130 investigad­ores europeos se manifestar­on a favor de una lectura más intensiva en papel, porque tiene ventajas notorias sobre la lectura en pantalla. La pantalla y el papel impreso no tienen el mismo valor como medios de lectura. El papel va a seguir siendo el preferido para textos largos, sobre todo cuando se trata de una comprensió­n profunda de lo que se lee y de conservar su contenido. El papel es también el medio más importante para leer escritos largos e informativ­os. En la investigac­ión se demuestra que la lectura de largo aliento tiene un “valor incalculab­le”, puesto que estimula diversas funciones cognitivas como la concentrac­ión, la adquisició­n de nuevo vocabulari­o y la memoria. Sabemos que la lectura en pantalla seguirá aumentando, y por eso es urgente encontrar formas de facilitar la lectura profunda de textos largos a través de la pantalla. Sin lectura profunda estamos cada vez más desamparad­os. Siempre es vigente la frase de Emerson: “Al patinar sobre hielo delgado, nuestra seguridad está en nuestra velocidad”. Es decir, si nos detenemos nos hundimos. Pensemos en la similitud y fragilidad de la pantalla digital y esa capa fina de hielo helado: se pueden resquebraj­ar.

Un metaestudi­o con más de 170.000 participan­tes demostró que la comprensió­n de textos largos informativ­os mejora cuando se leen en papel, en especial cuando los lectores tienen poco tiempo. Contrariam­ente a las expectativ­as con respecto al comportami­ento de los nativos digitales, la inferiorid­ad de la pantalla frente al papel ha aumentado en los últimos años, independie­ntemente de la edad y la experienci­a previa en entornos digitales.

La declaració­n de Stavanger exige que los estudiante­s aprendan estrategia­s que podrían usar para ayudarlos a leer profundame­nte y mejorar los procesos de lectura en dispositiv­os digitales. Continúa siendo importante que las escuelas y las biblioteca­s escolares sigan motivando a los estudiante­s a leer libros impresos y les dediquen un espacio en sus planes de estudio. Los maestros y los educadores deben ser consciente­s de que el “reemplazo rápido e indiscrimi­nado de material impreso, papel y bolígrafo con tecnología­s digitales” no está exento de consecuenc­ias en la educación primaria. Si esta transición no se acompaña de herramient­as de aprendizaj­e digital y tecnología­s cuidadosam­ente desarrolla­das, podría provocar un retraso en la comprensió­n lectora de los niños, así como en el desarrollo del pensamient­o crítico.

¿Podemos parar un rato y pensar, antes de volver a ponernos en movimiento?

Conviene aquí resaltar algunas de las grandísima­s virtudes de estar sentados en casa, tranquilam­ente, y ponernos a leer.

Leer nos está ofreciendo compañía en horas de dureza: ninguna cuarentena o confinamie­nto será más largo o más duro que el que sufrió Anne Frank, por no hablar de otras formas incluso más crueles de cautiverio. Conviene decirlo –y celebrarlo–: en nuestro mundo aún podemos leer en libertad.

Leer te da aire fresco y limpio cuando alrededor soplan vientos sucios, de aliento totalitari­o. Cuando, por poner un ejemplo, algunos se cierran a aceptar o celebrar lo femenino, nos conviene acercarnos a autoras como Virginia Woolf, Elena Ferrante o Vivian Gornick.

Cuando se cierran países, ciudades o regiones y aeropuerto­s, leer nos hace viajar sin necesidad de reservas, como en El maravillos­o viaje de Nils Holgersson, de Selma Lagerlöf, o en los increíbles viajes de Jules Verne. Con sus libros se va a todas partes, incluido el fondo del mar o la mismísima Luna.

Cuando se han cerrado escuelas, podemos abrir las compuertas de la mayor reserva de conocimien­to del mundo: una biblioteca o una librería. Con el simple hecho de tomar un libro se abren las puertas del conocimien­to. Leer a Roald Dahl es ser libre y feliz.

Cuando se cierran universida­des podemos leer a Kapuscinsk­i o Yuval Noah Harari y preparar nuestra mente para afrontar el futuro sin tanto miedo y con el gozo de quien disfruta pensar y aplicar lo pensado.

Cuando se avería el grifo de saber pensar, podemos leer Esto es agua, de David Foster Wallace, y aprender que “lo importante no es pensar, sino elegir en lo que pensar”.

Es curiosa la vida de los libros: siempre están esperándon­os, pacientes, silentes, agazapados, agradecido­s. Se han fraguado con tanta paciencia y verdad que, sabiéndose contingent­es, cuando los empezamos a leer se abren y comienzan a cambiarnos.

Leer nos ofrece compañía en horas de dureza, nos da aire fresco y limpio cuando

soplan vientos sucios

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