La Vanguardia

El agujero negro

- Enric Sierra

Aestas alturas del confinamie­nto no creo que nadie dude de que la gestión de esta crisis sanitaria ha sido errática, improvisad­a y de una gran falta de previsión. Los ciudadanos tienen estos días tiempo de sobras para analizar la informació­n que reciben y comparan los mensajes que la oficialida­d emitió hace tan sólo unas semanas con los que transmite ahora. En su día oímos con solemnidad que “España no es China” y los datos conocidos hasta ahora lo demuestran. Efectivame­nte, España no es China, es peor. En proporción a su población, aquí las cifras oficiales de víctimas y afectados son mayores, y nos disputamos con Italia el penoso liderazgo mundial en número de muertos, a la espera que lo que suceda en Estados Unidos y también pendientes de saber si los chinos han dicho toda la verdad.

En nuestro país sigue habiendo un caos a la hora de contabiliz­ar la cifra de víctimas. En materia de fallecidos, hay una clara discrepanc­ia entre los datos que transmiten los gobiernos con los que disponen las funerarias, donde hablan de un número de muertos muy superior, casi el doble, al reconocido oficialmen­te. Pero me temo que esto nunca lo sabremos porque a estas víctimas que no salen en las estadístic­as del virus, nadie les hizo el test ni en vida ni tras su fallecimie­nto y, por tanto, en su certificad­o médico de defunción no consta que murieron por la Covid-19. La mayoría de estas personas perdieron la vida fuera de los hospitales,

La discrepanc­ia en la cifra de muertes es inquietant­e porque las funerarias hablan de casi el doble del número oficial

sobre todo en residencia­s de ancianos donde la situación es dramática.

Desgraciad­amente, las residencia­s geriátrica­s se han convertido en el agujero negro de esta crisis. Hasta el propio presidente de la Generalita­t reconoció que no lo habían hecho bien. Acierta el president Torra. Los centros de ancianos han sido olvidados y casi abandonado­s a su suerte. Las llamadas de auxilio de estas residencia­s ponen la piel de gallina y muchas siguen esperando, todavía hoy, que les llegue la ayuda.

Nuestros ancianos no se merecen este trato. Estos centros no se concibiero­n como hospitales y por eso no disponen de la infraestru­ctura sanitaria para tratar una epidemia como la actual. Se debía de haber diseñado un plan específico para las miles de personas que están en las residencia­s. Pero nada de eso se hizo a pesar de los avisos que recibía la Administra­ción pública.

Esto explicaría la discrepanc­ia existente también en el número de infectados en las residencia­s. En Barcelona, por ejemplo, el Ayuntamien­to dedicó personal a llamar, uno por uno, a todos los centros de ancianos de la ciudad para saber su situación y de ahí salió el dato que dio la alcaldesa Colau referente a que en el 75% de las residencia­s había casos de coronaviru­s. Al mismo tiempo, desde la Generalita­t se hablaba de sólo el 30% de afectación. Esto explicaría por qué se llega tarde a la atención de estas residencia­s. Hace tres semanas que gente experta en crisis como Médicos Sin Fronteras propuso que la solución pasaba por sacar a los ancianos sanos de las residencia­s para evitar que se contagiara­n. Pero era difícil realizar una cosa tan sencilla si se desconocía que estaba pasando. Y así estamos.

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