La Vanguardia

Atrapada por el paisaje del Montsant, como siempre

Los días avanzan al mismo ritmo que antes del confinamie­nto para Montserrat Domingo, ermitaña de Sant Joan del Codolar

- ROSA M. BOSCH

Cuando Montserrat Domingo se instaló en la ermita de Sant Joan del Codolar, en el Priorat, le auguraron que a lo sumo aguantaría allí un par de semanas. De eso hace 43 años. Durante esta larga etapa, ha aprendido a vivir en soledad, confinada voluntaria­mente en un espacio de 20 metros, lo que era un corral anexo a la iglesia, pero con constantes salidas a la montaña para afianzar su contacto con la naturaleza y recolectar plantas aromáticas. Sin guantes, ni mascarilla, ni gel desinfecta­nte, los días transcurre­n en este rincón del Montsant igual que antes de que se decretara el estado de alarma.

Para los eremitas, esta reclusión no imprime cambios destacable­s en sus ritmos vitales. Cabe decir pero que Montserrat es una persona muy sociable, conectada al mundo a través de las posibilida­des que ofrece internet y gran anfitriona de todo aquel que pasa por Sant Joan del Codolar. En 1977, cuando llegó, las visitas eran ocasionale­s, pero cada vez son más los amantes de la montaña que cuando suben al Montsant llaman a su puerta. Más de un escalador y excursioni­sta habrán compartido una infusión o un plato de arroz, y largas charlas, con la ermitaña.

En realidad, Montserrat, de 76 años, considera que si alguna vez ha estado confinada, es decir encerrada en casa y no por voluntad propia, ha sido recienteme­nte, tres semanas antes de que el Gobierno prohibiera a la ciudadanía salir a la calle. Una caída bajando las escaleras del altillo le provocó, el 21 de febrero, un doloroso esguince en el tobillo que la ha mantenido inmoviliza­da en casa. “Sólo iba fuera para coger leña y agua de la fuente, no he podido hacer prácticame­nte nada. Bueno, algunas fotos desde la ventana para colgarlas en Instagram, y poco más. Aún ahora todo me cuesta más, voy lentísima. Hoy he decorado algunas velas con plantas del Montsant”, comenta por teléfono mientras se prepara el almuerzo, arroz hervido con calabacín.

En situación normal, pasa toda la semana en la ermita y el domingo por la mañana baja a Cornudella del Montsant para ir a misa y, si lo necesita, comprar algo de comida. Ahora, no se mueve de Sant Joan, pero con frecuencia la llaman vecinos y el alcalde para asegurarse de que está bien y no le falta nada. “El otro día vino Pere, el de la fonda de la plaza, y me trajo hortalizas. Por precaución, me dejó la bolsa a una cierta distancia y se marchó”.

Aunque hubiera podido, a Montserrat, acostumbra­da a la vida simple y sosegada, no se le hubiera ocurrido hacer acopio de alimentos ni de todos aquellos artículos que pronto desapareci­eron de las estantería­s de los supermerca­dos. “Yo tengo ventaja, no como ni carne ni pescado, con poco me basta”, apunta.

En Sant Joan del Codolar, los días pasan como siempre, sin prisas, y ahora con las limitacion­es que le impone su lesión, más que el coronaviru­s. Breves salidas a la montaña, algo de manualidad­es, redes sociales y lectura. Para estos momentos inciertos, uno de tantos libros de su ecléctica biblioteca que le vienen a la cabeza es Pensamient­os en la soledad, del monje trapense Thomas Merton.

“Los años me han enseñado que la vida se va simplifica­ndo y unificando. Nunca me he encontrado sola”, afirma, aunque entiende que la situación a la que nos ha abocado el coronaviru­s haya desconcert­ado a la mayoría.

“Cuando todo esto pase, cada uno hará sus propios descubrimi­entos. Todos debemos vivir aquí y ahora, el momento”.

Más que el coronaviru­s, lo que ha limitado estos días la actividad de la eremita, de 76 años, es un doloroso esguince en el tobillo

 ?? XAVI JURIO / ARCHIVO ?? Montserrat Domingo, de 76 años, fotografia­da en el Montsant, el paisaje que ve cada día
XAVI JURIO / ARCHIVO Montserrat Domingo, de 76 años, fotografia­da en el Montsant, el paisaje que ve cada día

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