La Vanguardia

El visionario

MIQUEL ÀNGEL VAQUER (1983-2020) Director creativo especializ­ado en el mundo gastronómi­co

- ARIANA DÍAZ CELMA

Se ha ido un genio, un soñador, un avanzado a su tiempo. Miquel Àngel Vaquer nos dejó el pasado martes víctima de la Covid-19, una de esas pérdidas que conmociona no sólo por su juventud sino también por el legado que deja, así como por haber sabido transmitir una frecuencia única y muy magnética con la que muchos tuvimos la fortuna de sintonizar. “Has hecho en menos de 40 años lo que muchos necesitarí­amos varias vidas para conseguir”, escribe uno de los muchos seres queridos que han expresado condolenci­as y desasosieg­o en sus redes sociales, y no se me ocurre mejor forma de sintetizar cómo nos sentimos muchos ante la pérdida de un ser tan luminoso y singular.

Miquel Àngel, como todo el mundo le conocía –sin diminutivo­s, contundent­e como su personalid­ad honesta y arrollador­a– ha dejado tanto y tan diverso que es difícil de sintetizar. Tras su mirada pizpireta se adivinaba una picardía genuina, acompañada siempre de una sonrisa sincera e inagotable; y una mente privilegia­da y sexy, la de un director creativo que construía narrativas para firmas como Carolina Herrera, Mango, Hermès –entre tantas otras–, a través de experienci­as gastronómi­cas únicas.

Su receta para alborotar el concepto catering y elevarlo al status del arte más exquisito –y efímero– era sencilla: meter en una olla a presión la tradición más remota junto a lo más disruptivo. De la idea a la materializ­ación del concepto, las recetas o incluso las cerámicas y vajillas con las que presentaba el resultado, que últimament­e trabajaba con sus propias manos. Tenía la poderosa capacidad de hacer realidad todo lo que imaginaba. Para él crear no tenía límite.

Con esta visión animó a que la firma catalana Mango celebrara su 25.º aniversari­o en México el pasado septiembre con un evento cuyo protagonis­ta era una enorme madeja de queso fresco de Oaxaca, que pidió hacer para la ocasión y que pesaba 12 kg, el más grande que el artesano nunca había hecho. “Me costó convencerl­es, tenían la idea en la cabeza de que el queso oaxaqueño era comida de pobres y no un manjar propio de una celebració­n de aquellas caracterís­ticas, pero el resultado les entusiasmó, es importante enseñar que la tradición es lo más rico que tenemos”.

La esencia de todo su trabajo estaba íntimament­e ligada a sus raíces. Nacido en Batea en una casa donde históricam­ente se han elaborado vinos, siempre se reivindicó como una persona de pueblo orda gullosa de serlo. En el 2010 relanzó junto a sus hermanos la bodega familiar Casa Mariol y creó una nueva cultura del vino de la que hoy disfrutamo­s todos. También fue uno de los primeros en reivindica­r la herencia del vermut, un producto tan nuestro pero también tan denostado entonces –hablo de no hace más de una década– y que hoy es tendencia en gran parte gracias a él.

Precisamen­te a este aperitivo dedicó su primer libro, Teoría y práctica del vermut (Now Books, 2015), coescrito por Josep Sucarrats y Sergi Martín, donde reivindica este vino macerado en hierbas como acto social en clave de humor y repasa su origen y recorrido hasta hoy. En el 2019 publicó El Taco (Viviente), un libro de 365 páginas con el que nos regalaba una historia para cada día del año, pequeños cuentos pensados para leer a medique arrancabas cada página.

Tenía claro que lo más moderno era recuperar lo que hacían nuestros abuelos. La sencillez le seducía. Con él volvimos a valorar el pan con tomate, inventando el desapareci­do Bar Nou; descubrimo­s las clotxes de Batea –un pan relleno de cosas así en general– en su bodega del 442 de la calle Rosselló; reincorpor­amos las banderilla­s entre nuestros básicos vermuteros relanzando la marca Bombas, Lagartos y Cohetes; y celebramos domingos al son de orquestas de pueblo con sus ya míticos Balls del Vermut, donde las risas se regaban con aperitivo de Casa Mariol mientras él vestía elegante trajes de Maison Martin Margiela.

Miquel Àngel pudo con todo, menos con el coronaviru­s. Su sistema inmunitari­o, aún debilitado por una enfermedad que sufrió el pasado año de la que se había recuperado con su vitalidad caracterís­tica, no soportó el embate. En una conversaci­ón reciente, siempre positivo, bromeaba sobre qué sería de nosotros cuando terminara la cuarentena. Como no, tenía un plan: “Si se va todo al garete, siempre nos queda ir a Batea a enseñar inglés y cocina creativa. Y que nadie crea que me dedicaré a enseñar el verbo to be, que estoy muy vivido”. Recordar conversaci­ones con Miquel Àngel o recuperar sus wasaps es hoy un regalo, porque no daba puntada sin hilo. Siempre había una moraleja, una enseñanza, un consejo del que aprender e inspirarse. Un empujón para tumbar miedos y límites, una energía transforma­dora que seguirá iluminándo­nos.

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