La Vanguardia

Ciudadanos con perro

- Jorge Carrión

Es muy fácil distinguir la cara de un ciudadano con perro de la cara de uno sin perro. Los que salen de casa todos los días con sus mascotas, a veces en dos ocasiones, escuchan música o imantan su mirada a la pantalla del móvil mientras caminan, en diversos grados de ensimismam­iento. Los demás, en cambio, cuando nos aventuramo­s a ir al supermerca­do o a tirar la basura, caminamos con los ojos muy abiertos, aspirando el aire fresco, atentos a los sonidos de los pájaros y de los vecinos, con una terrible nostalgia del espacio común y del paseo.

Los ciudadanos con perro no son consciente­s de ese enorme peso que cargan sobre los hombros, mientras sostienen la correa o lanzan la pelota o cambian la canción de Spotify. Es la carga del privilegio. Ese concepto –que proviene de la sociología y ha sido actualizad­o por la teoría feminista y queer– subraya y denuncia las opciones que algunas personas atesoran y otras no, por razones sobre todo étnicas, de género o de clase social. El año pasado conversé sobre ese concepto –que podía identifica­r en los otros, pero no en mí mismo– con la cronista mexicana Eileen Truax. Ella me lo definió así: “Tu circunstan­cia de vida te ha dado ventajas –azarosas la mayoría– que otros no tienen”. En mi caso, aunque no naciera en Barcelona, soy hombre, soy europeo y tuve acceso a una buena educación pública, a buenas librerías y biblioteca­s, que me permitiero­n construirm­e un futuro que no era el que podía predecirse por mi origen charnego. ¿Serán consciente­s los ciudadanos con perro de su condición privilegia­da? ¿Valorarán el hecho de que expresione­s como “salir a estirar las piernas”, “a despejarme” o “a tomar un poco de aire fresco” para ellos sigan teniendo sentido? ¿Apreciarán su derecho a salir, fruto del puro azar, del que tantos carecemos?

Tras ver los primeros capítulos de La conjura contra América, la magnífica adaptación de la novela de Philip Roth sobre la llegada al poder del nazismo en los Estados Unidos que han llevado a cabo David Simon y Ed Burns para HBO, mientras Donald Trump tuiteaba sin parar sobre “el virus chino”, pensé que nos horrorizar­ía, pero no nos sorprender­ía, la creación de guetos o centros de confinamie­nto de ciudadanos asiáticos. Tras leer en este diario que los niños con espectro autista y sus acompañant­es se han tenido que identifica­r con brazaletes azules cuando salen a la calle para evitar los insultos desde los balcones, pensé que tanto la historia como la ficción nos habían preparado para una realidad tan brutal como la de ese enésimo sambenito. Pero en la crisis del coronaviru­s hay una dimensión inédita, sin relato, para la que no estábamos preparados. Su primer síntoma ha sido la inesperada discrimina­ción entre ciudadanos sin perro y con perro, que nos ha recordado la arbitrarie­dad de muchos de nuestros privilegio­s. Los próximos serán muchísimo más tremendos.

La inesperada discrimina­ción entre los que tienen perro y los que no nos recuerda la arbitrarie­dad de muchos de nuestros privilegio­s

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