La Vanguardia

La dudosa gestión de la crisis

- Fernando Ónega

Si la frase de la semana es la del doctor Fernando Simón (“tenemos que convivir con el virus”), está dicho todo: esto va para largo. Si los científico­s ven como probables rebrotes de la pandemia este mismo año y en los próximos años, tenemos que contar con nuevos periodos de confinamie­nto y, en consecuenc­ia, de hibernació­n de la economía y ya sabemos qué significa eso. Y si del primer informe de seropreval­encia se desprende que sólo un 5% de la población está inmunizado, la cantidad de contagios que se pueden producir es incalculab­le. Aplicando al ámbito nacional lo que dijo el vicepresid­ente de Castilla y León, Francisco Igea, de su comunidad, “si alcanzar el 5% de inmunidad costó 27.000 muertes, echen ustedes cuentas”.

Los innegables avances en la contención de contagios y defuncione­s sirven para la crónica del día a día, pero se ensombrece­n ante estos diagnóstic­os. Paralelame­nte aparecen o se agravan algunos fenómenos que complican el panorama: el cansancio social, comprensib­le después de 62 días de confinamie­nto, pero que conduce a una relajación en el cumplimien­to de las normas preventiva­s; el desaliento empresaria­l ante un ejercicio que temen que termine situando a muchas sociedades al borde de la quiebra; la renuncia a la meta de la unidad política con un retorno a los bloques sólo matizados por la decisión de Ciudadanos de distanciar­se del trifachito ,yun creciente clima de desapego del Gobierno, cuya política no acaba de ser entendida o bien explicada.

Al hablar de ese desapego no hablo de las cacerolada­s callejeras, envueltas en la bandera nacional, en el selecto barrio de Salamanca de Madrid. Hablo de grandes empresas que ven que el Ejecutivo se preocupa más de salvar “a las mercerías”, como gráficamen­te me decía un gran emprendedo­r, que de los auténticos creadores de riqueza y empleo. Hablo del sector turístico, que cuenta con un annus horribilis, pero se rebela contra un ministro que lo califica de precario y de bajo valor añadido. Hablo del comercio, que considera un atentado que se prohíban las rebajas, cuando son su tabla de salvación en tiempo de crisis. Hablo del ámbito educativo, desconcert­ado ante las indecision­es sobre el final del curso y la incertidum­bre del curso próximo. Y hablo de las grandes fortunas que, si desarrolla­n una actividad productiva, se enfrentan a pérdidas millonaria­s y se les compensará con un impuesto nuevo en nombre de un imaginario patriotism­o fiscal.

Todo esto se fue acumulando esta semana con un balance de dudas sobre la inteligenc­ia de la gestión de la crisis. Y se agravó con las ya clásicas discrepanc­ias dentro del Gabinete. No es muy ejemplar que la ministra de Industria y Comercio se vea desautoriz­ada por el de Sanidad en una cuestión de su competenci­a. Ni es muy edificante que el Ejecutivo consuma tantas energías en unificar criterios sobre la política fiscal o el ingreso mínimo vital. Quizá ningún gobierno se vio sometido a una situación tan difícil e incluso dramática. Pero llega un momento en que se tiene que plantear cuántos defensores le quedan en la sociedad.

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EFE El doctor Fernando Simón
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