La Vanguardia

El sindicato del descontent­o

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Desde hace semanas se producen en Berlín y en otras ciudades alemanas manifestac­iones de protesta en las que convergen corrientes diversas, amalgamada­s por los temores y por la frustració­n colectiva que ha producido la crisis del coronaviru­s. Militantes de la ultraderec­ha –cuyo discurso antiinmigr­atorio ha quedado un tanto postergado– coinciden en las calles con personas que luchan contra las vacunas, con otros que han perdido el empleo a raíz del parón económico causado por la pandemia, con creyentes en las teorías conspirati­vas y con miembros de otros grupos.

Casi todos ellos denuncian las medidas restrictiv­as impuestas por las autoridade­s para luchar contra el virus. Creen que encubren una maniobra orquestada para recortar las libertades y reforzar el poder de las élites políticas y económicas.

Este sindicato del descontent­o presenta, pese a su heterogene­idad, un perfil inequívoca­mente populista, que le relaciona con anteriores intentos de rentabiliz­ación de un malestar difuso y extendido. El establishm­ent es, a su entender, el enemigo que batir. Por tanto, las autoridade­s alemanas no esconden su preocupaci­ón ante un movimiento todavía incipiente, pero con potencial para crecer, en tiempos de fake news, redes sociales con unos índices de tráfico siempre al alza, y un trabajo insomne de las agencias estatales que operan en la sombra para aventar la desinforma­ción y, por esta vía, influir en la escena política de países rivales.

El recorrido de este movimiento es incierto, como lo es el de todos aquellos que agrupan sensibilid­ades dispares, y en los que, por tanto, se hace difícil estructura­r las fuerzas, priorizar objetivos, obtener resultados y, de este modo, consolidar­se. Pero este análisis no puede bastar para tranquiliz­ar a las autoridade­s que, por el contrario, deben reaccionar con la inteligenc­ia y la determinac­ión necesarias para atenuar las bases del descontent­o social, siempre latente y, en ocasiones como la presente, cercano a la efervescen­cia.

También Madrid ha registrado en uno de sus barrios más acomodados protestas similares contra la política sanitaria del Gobierno, que se critica como si fuera un atentado a las libertades. Sorprende, por tanto, que Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid por el PP, partido de clara vocación institucio­nal, las haya alentado. Salvando todas las distancias, nos ha recordado al president Quim Torra espoleando a los CDR.

Confundir, en Berlín o en Madrid, las medidas sanitarias contra la pandemia, por más incómodas que resulten para todos, con un complot dictatoria­l de las autoridade­s es un despropósi­to. Quizás comprensib­le entre los que se sienten excluidos del sistema o entre radicales y desestabil­izadores. Pero improceden­te en quienes aspiran a gobernar el país.

Confundir las medidas sanitarias contra el virus con un complot contra la libertad es un despropósi­to

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