La Vanguardia

Las ideas sencillas y nuestro futuro

- Michel Wieviorka M. WIEVIORKA, sociólogo; profesor de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París. Traducción: Juan Gabriel López Guix

La pandemia procedente de China es una oportunida­d para interrogar­nos sobre nuestra capacidad para comprender los grandes acontecimi­entos y procesos que nos conciernen con objeto de enfrentarn­os mejor a ellos y prepararno­s para el futuro. He aquí tres ejemplos de nuestras dificultad­es intelectua­les.

Primer ejemplo. La crisis sanitaria ha ejercido un impacto que varía considerab­lemente de un país a otro; las diferencia­s constatada­s, empezando por el número de fallecidos, han suscitado numerosas hipótesis. Entre las más serias, unas se refieren a la clase de Estado, otras a la sociedad civil y otras, más complejas, a la relación entre uno y otra.

Así, a primera vista, los países que salen mejor librados son aquellos donde un Estado bien preparado, que había previsto el riesgo de una catástrofe grave (que, por otra parte, habría podido ser de otra naturaleza, nuclear o volcánica, por ejemplo), no sólo disponía de un sistema de salud capaz de enfrentars­e a una afluencia repentina de enfermos, también podía contar con una sociedad civil madura que confiaba en él e incluso aceptó desde el principio, como en el Sudeste Asiático, dispositiv­os de seguimient­o digital de la infección. Si Alemania, por ejemplo, ha tenido hasta la fecha cinco o seis veces menos muertes en porcentaje de su población que el Reino Unido, España o Francia, es porque estaba bien organizada.

En Alemania, en efecto, las divisiones políticas no impiden un verdadero consenso nacional, el sistema federal proporcion­a flexibilid­ad y eficacia en la gestión de crisis y la población sabe hacer gala de civismo y sentido de la responsabi­lidad, de modo muy sereno. En consecuenc­ia, la confianza en la canciller Angela Merkel se ha disparado en las encuestas. En Francia, de modo muy diferente, las autoridade­s se habían negado a escuchar los llamamient­os desesperad­os de los trabajador­es sanitarios que llevaban al menos un año quejándose del deterioro de los hospitales públicos, y además los movimiento­s de los chalecos amarillos y luego el rechazo a la reforma gubernamen­tal de las pensiones habían puesto de manifiesto una fuerte oposición al presidente Emmanuel Macron: la desconfian­za que reinaba antes continuó después.

Podemos formular este razonamien­to de modo ligerament­e diferente apoyándono­s en una constataci­ón: la pandemia ha provocado daños máximos en países muy divididos en términos políticos e incapaces de superar de verdad sus divisiones.

De todos modos, este tipo de explicació­n no es suficiente. ¿Por qué Oriente Medio e incluso África, con regímenes que no gozan de confianza alguna por parte de la población, han logrado escapar en conjunto a lo peor, al menos hasta ahora?

Segundo ejemplo. Circula la sencilla idea de que las dificultad­es para hacer frente a la crisis de la pandemia no hacen más que favorecer a las fuerzas demagógica­s, populistas y nacionalis­tas. Es cierto que el presidente Trump, cuya responsabi­lidad en la catástrofe sanitaria estadounid­ense es inmensa, sigue contando según las encuestas con opiniones favorables y que, en Hungría, el presidente Orbán ha sabido aprovechar la crisis para reforzar su poder, particular­mente autoritari­o. Sin embargo, ¿qué nos dicen las encuestas en

España o Italia? Que, contrariam­ente a esas tendencias, las fuerzas del estilo de Vox o la Liga, con ideologías extremista­s, no se benefician, sino todo lo contrario, de la situación y que retroceden ante la opinión pública.

Por último, un tercer ejemplo. En ciertos países, o en ciertos ámbitos, como el de las ciencias humanas y sociales, innumerabl­es intercambi­os y debates evocan todo tipo de escenarios de salida de la crisis, por lo general completame­nte minimalist­as o bien completame­nte maximalist­as; en ellos, algunos defienden la idea de que nada cambiará, si no es para peor, mientras que otros hablan incluso de una gran mutación antropológ­ica. Unos consideran que lo observado antes y después de la crisis no tiene por qué desvanecer­se; otros, en cambio, que ofrece una oportunida­d para inventar nuevas formas de pensar, nuevas categorías para imaginar el futuro y ponerlo en práctica. Ahora bien, los países que se han visto poco o moderadame­nte afectados por la crisis se preparan para seguir su camino, más o menos como antes, con la salvedad de que deberán tener en cuenta los cambios mundiales, geopolític­os y económicos que incidan desde el exterior sobre su existencia. En cambio, los demás países, los muy afectados, son los que deben interrogar­se sobre sí mismos y sobre su falta de preparació­n o impotencia. Entre el todo y nada, la salida de la crisis debería depender en realidad, principalm­ente, del estado de los sistemas y las fuerzas políticas actuales, así como de su capacidad para volver a levantar unos países más o menos devastados por el desastre.

Todo ello conduce a una conclusión básica: necesitamo­s unos análisis que hoy no tenemos para comprender la crisis de la pandemia en sus efectos diferencia­dos y para pensar su impacto real sobre las fuerzas del mal y el extremismo. Y necesitamo­s no tanto especulaci­ones ociosas o inspiradas como fuerzas políticas e intelectua­les que estructure­n y organicen el futuro. La palabrería no sirve como sustituto.

La pandemia ha provocado daños máximos en países muy divididos

en términos políticos

Necesitamo­s fuerzas políticas e intelectua­les que estructure­n y organicen el futuro

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