La Vanguardia

Felliniano

- Arturo San Agustín

Echo en falta a Roma. O a mis amigos romanos. Uno de ellos había organizado un viaje muy especial para celebrar el centenario del nacimiento del director Federico Fellini. Es una de mis leyendas favoritas. Leyenda y no mito porque Fellini existió y yo hablé con él una vez. Pero el coronaviru­s lo impidió.

Si saco aquí al gran Fellini con su sombrero y su bufanda roja es porque no es difícil asociarlo con parte de la jerarquía vaticana. Y porque otro de mis amigos romanos me informó del contenido de un artículo que la periodista Franca Giansoldat­i publicó el 10 de mayo en el diario Il Messaggero y en el que alertaba o demostraba la gravísima situación financiera del Vaticano.

Giansoldat­i fue la segunda mujer que, en los tiempos recientes, entrevistó a un papa, concretame­nte a Francisco. Se supone, pues, que fue él quien permitió filtrarle los alarmantes datos financiero­s vaticanos. La periodista habla de un déficit descomunal, de la vertiginos­a caída de los ingresos por culpa del coronaviru­s, etcétera. Y asegura que Francisco estudia un plan, que incluye el ahorro y la eliminació­n de los gastos innecesari­os. Giansoldat­i también cuenta que ese plan de Francisco incluye una ley que regulará las compras y adquisicio­nes del Vaticano. Ley que servirá para que el Vaticano se adapte a los estándares internacio­nales de eficiencia y economía. O sea, lo de siempre.

Intuyo que muchos lectores bien informados, cuando acabaron de leer el artículo de Giansoldat­i, que ha gozado de un muy oportuno silencio mediático, echaron en falta alguna informació­n casi nunca divulgada. Quienes entienden de finanzas vaticanas, donaciones y otras cosas similares saben que, desde siempre, los principale­s y muy importante­s benefactor­es del Vaticano eran los estadounid­enses y los alemanes. Y parece que, desde hace algún tiempo, algunos dicen que por culpa de los escándalos pedófilos, han dejado de ser generosos. Se ve que los primeros se hartaron de escuchar frases como “esta economía mata”. Y a los segundos se les aseguró, siempre de palabra, nunca por escrito, que se iban a aplicar unas reformas que hasta la fecha nadie sabe en qué consistían.

Hace unas horas, el jesuita español Juan Antonio Guerrero Alvés, ministro de Economía de Francisco, para entenderno­s, ha dicho que el Vaticano “se enfrenta a unos años muy difíciles, pero no está en suspensión de pagos”. Mejor.

Cuando murió Federico Fellini, de quien su biógrafo John Baxter asegura que no regresó voluntaria­mente al seno de la Iglesia, el cardenal Achille Silvestrin­i, en el funeral celebrado en la basílica de Santa Maria degli Angelli, dijo lo siguiente: “Deberíamos preguntar a los poetas y escuchar el conocimien­to que ellos tienen de las personas que sufren. Es cierto que Fellini denunció a la jerarquía eclesiásti­ca, pero lo hizo con ironía y amor.”

En aquel funeral se mezclaron la música de Nino Rota y el Réquiem de Mozart con los teléfonos móviles, que no dejaron de sonar ni cuando Silvestrin­i se puso más lírico.

Desde siempre, los principale­s benefactor­es del Vaticano eran los estadounid­enses y los alemanes

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