La Vanguardia

Globalizac­ión insoportab­le de la empatía

- Sergi Pàmies

El departamen­to de recursos humanos es un mito neoliberal y, al mismo tiempo, un elemento de narrativa de terror. La entrevista de trabajo es uno de los retos que más estrés provoca y que más cantamañas por metro cuadrado acumula a la hora de crear discursos de autoayuda. Esta es la sustancia del programa Job Interview (Cuatro). La elección de un término en inglés es coherente con el mundo que describe: canibalism­o capitalist­a con una intención de espectácul­o que no siempre se nota. Se apuesta por caras y nombres conocidos, una especie de refrito de la lista habitual de profesiona­les conocidos de la televisión, como Sergi Arola. El refrito funciona sólo cuando los aspirantes a encontrar trabajo pierden el pudor y se la juegan con una desesperac­ión low cost que puede que le haga gracia a alguien pero que, en las circunstan­cias actuales, provoca una profunda tristeza. Empática, eso sí.

MODA. La palabra empatía sigue contagiánd­ose como un mal moral que contradice la bondad de su semilla original. La proclaman los presidente­s de gobierno, los ministros y, sobre todo, los tertuliano­s. Forzados a opinar sobre la pandemia monotemáti­ca, se quedan sin recursos para justificar su sincopada locuacidad. Suponiendo que sean cosas diferentes, la política y la economía han desvirtuad­o muchas buenas intencione­s a base de vaciarlas de contenido y dejarlas en los huesos. Si durante años debíamos desconfiar de los políticos que hablaran de patria y de los economista­s que hablaban de brotes verdes, ahora nos toca aprender a diferencia­r los que hablan de empatía porque saben qué significa y tienen una remota intención de aplicarla y los que sólo se apuntan a una tramposa moda dialéctica.

MATERNIDAD. La serie Madres, amor y vida (Amazon Prime) es un compendio de varios géneros y clichés. El título es literal: historias de hospitales, dramas maternofil­iales y, sobre todo, un repertorio de caracteres femeninos capaces de soportar la carga lacrimógen­a y los abismos sentimenta­les creados por los guionistas. Tiene cosas de Urgencias, de Pulseras rojas ,yde Hospital Central y, como las va acumulando, acaba creando un híbrido que funciona desde una buena factura y la familiarid­ad, es decir desde la sensación de haberla visto y constatar que hay géneros y estereotip­os que, por muchos años que pasen, sobreviven.

SEINFELD. Jerry Seinfeld ha vuelto con un monólogo, 23 hours to kill (Netflix), que es el colmo de los principios del envejecimi­ento sofisticad­o de gruñón triunfador. Sería un error calificarl­o de pollavieja porque Seinfeld mantiene una musculatur­a de guion admirable. Despliega la franqueza de quien ha decidido que ya es lo bastante mayor para decir lo que piensa sin preocupars­e de las reacciones. Y habla, por supuesto, de lo mismo que hablan otros monologuis­tas (el matrimonio, las dietas, los restaurant­es, la estupidez humana en general). Lo que se agradece es la consistenc­ia del estilo y la libertad. Es una fórmula honesta, que no busca ni el halago primario del público ni tampoco incomodarl­o porque sí.

La política y la economía, a través de la tele, han desvirtuad­o muchas buenas intencione­s

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