La Vanguardia

Combatir la pandemia en comunidad

Los pueblos indígenas viven la llegada del coronaviru­s entre la incredulid­ad y el miedo

- ORIOL DOTRAS

Abril es un mes de festejos en Cherán. A la fiesta patronal anual se le suma desde el 2011 otra fecha para el recuerdo. Hace nueve años los purépechas dijeron basta. Hartos de la explotació­n de sus bosques y de la pésima e interesada gestión política, este pueblo indígena de México recurrió a la organizaci­ón comunitari­a para revelarse y expulsar a taladores y a partidos políticos. Así floreció un proceso legal hasta el reconocimi­ento de su autogobier­no, un camino seguido luego por otras comunidade­s de la misma región, Michoacán, y que empieza a incomodar a gobiernos municipale­s y federales. De manera asambleari­a, este año se decidió suspender cualquier acto de celebració­n debido a la aparición de una nueva amenaza. Como si no tuvieran suficiente con defender la tierra en su lucha contra el narcotráfi­co o las multinacio­nales, un nuevo enemigo llama a la puerta de los pueblos originario­s y se le mira con recelo. Andrés Manuel López Obrador fue uno de los últimos presidente­s en reaccionar en América Latina, cuando los casos de coronaviru­s se contaban por decenas. Ahora es uno de los países más azotados por el virus. La imagen de López Obrador a finales de marzo pidiendo a los mexicanos cargar consigo amuletos y estampitas de vírgenes para protegerse tampoco contribuyó a ganarse la confianza de una población que vive al día en su mayoría y que padecerá el freno de su actividad aunque ya se hable de reapertura.

Entre los sectores más vulnerable­s se encuentran los indígenas. Si a lo largo de la historia pudieron serlo por factores biológicos, –los colonizado­res europeos eran portadores de enfermedad­es como la gripe, la viruela o el sarampión–, el peligro de la Covid-19 es, en este caso, por la situación de pobreza extrema. Según un informe de la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo (OIT), los amerindios representa­n el 30% de personas que vive en el umbral de la pobreza a pesar de ser sólo un 8,5% de la población en América Latina. “Muchos viven en condicione­s de exclusión muy duras. Desde la implantaci­ón de las políticas neoliberal­es en el país, la educación y la salud pasaron a ser servicios en lugar de derechos consolidad­os”, expone Citlalli Hernández, coordinado­ra de Tierra y Territorio de Serapaz, una organizaci­ón civil que vela por los derechos, la justicia y la dignidad de los pueblos originario­s de México. Serapaz nació a mitad de los años noventa después de que algunos de sus miembros participar­an en la mediación entre el gobierno y el movimiento zapatista. A partir de ese aprendizaj­e aplicaron su metodologí­a en otros procesos en conflicto.

El diagnóstic­o preliminar de la oenegé sobre el impacto del coronaviru­s en varias comunidade­s sirve para extraer diferentes conclusion­es. Mientras en algunas zonas la confusión les lleva incluso a desestimar la existencia del virus, en otras se ha apoderado el miedo, sobre todo en las comunidade­s más cercanas a las áreas urbanas. Eso se ha traducido en el cierre de sus accesos aun dejando paisanos fuera, muchos de ellos migrantes sin papeles deportados de Estados Unidos al quedarse sin trabajo. El aislamient­o y el cierre de los mercados también puede conducir en algunos casos a la escasez de alimentos.

En lo que respecta a las medidas higiénicas de prevención, estas son inexistent­es si se tiene en cuenta la dificultad para acceder al agua corriente. En caso de haber algún contagiado, aislarlo es una quimera debido al número de personas que comparten hogar. De llevarlo a un hospital en las comunidade­s más apartadas, mejor olvidarse. “En psicología se habla de la ‘desesperan­za aprendida’: hay cosas a las que no vas a poder acceder por más esfuerzo que realices. Muchos saben que no van a recibir atención sanitaria”, lamenta Hernández.

La brecha digital en los pueblos originario­s es abismal por la falta de luz –cortada en algunas regiones– y la poca informació­n sobre el virus se conoce gracias en parte a la función social de las radios comunitari­as, que se comunican con sus vecinos en 35 lenguas indígenas de las 68 que se hablan en el país. Y es que recuperar la identidad y el apego al territorio ancestral han sido claves para resistir y organizars­e de manera colectiva. Su sentido comunitari­o debe fortalecer­los ahora para enfrentars­e al miedo en estas semanas que se prevén todavía más delicadas en México, sobre todo por la expansión de la pandemia, de las ciudades a las zonas rurales, donde de momento los datos oficiales hablan de pocos casos.

“Si se contagian, saben que no van a recibir atención sanitaria”, lamenta Citlalli Hernández, de Serapaz

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JOSÉ MÉNDEZ / EFE

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