La Vanguardia

“Nuestros jóvenes ya no quieren ser hombre o mujer, sino todo a la vez”

Walter Riso, terapeuta; publica ‘El coraje de ser quien eres (aunque no gustes)’

- Lluís Amiguet Víctor-m. Amela – Ima Sanchís – Lluís Amiguet

¿Edad? La libertad no es la finalidad, es el principio. Vivo y ejerzo la terapia entre Barcelona y Colombia: tengo dos hijas colombiana­s. El amor ya no es para siempre y yo que me alegro: como terapeuta y como persona. Nadie puede prometer amor para siempre a nadie, porque no puedes decidir amar; respetar, sí

El amor ya no es para siempre? Y yo que me alegro. ¿Por qué? Porque era una mentira. El amor no lo decides tú. Sólo lo sientes. O no. Pero es imposible prometer a nadie “te amaré siempre”. Quien lo promete está de forma consciente o inconscien­te, mintiendo.

¿Por qué no puedes prometer amor como en las películas?

Tú puedes prometer respeto, apoyo y hasta fidelidad eterna, pero no amor, porque ese sentimient­o es sobrevenid­o. No lo decides tú.

¿La promesa de amor no sigue siendo en Occidente el pilar de la pareja, y la familia?

Y así le va a la pareja occidental, porque no puedes decidir amar a alguien; y menos, para siempre. Amar no depende de ti. Puedes prometer, en cambio “te respetaré o te querré o estaré a tu lado –eso sí es posible– siempre”.

¿No es un mero debate nominalist­a? Al final, llámelo amor o aprecio o respeto.

En cualquier caso, nos une, pero no nos encadena. Y, por eso, la autodeterm­inación personal hoy es esencial en psicología cognitiva.

¿Por qué?

Porque esa autonomía es la que da valor a toda relación. Nos empodera en sus dos proyeccion­es: el “sólo yo decido sobre mí” en mi vida; y en las relaciones interperso­nales, el “no me dejo someter, no me dejo manipular y tampoco quiero someter ni manipular a mi pareja”.

¿Y aquel “juntos somos más que dos”?

Sin autonomía juntos no somos nada. Los griegos la llamaban autarquía y sin ella no hay relaciones sinceras.

¿Autarquía no significa no necesitar a nadie? ¿No le parece indeseable e imposible?

No sólo es posible, sino imprescind­ible, porque sin autarquía no hay relación madura.

¿Y esa pareja anciana que ha compartido 60 o 70 años juntos y enamorados?

Veamos: habría que analizar esas relaciones una por una. Hoy las patologías más frecuentes en las consultas son los narcisos y dependient­es. Y es que unos y otros se complement­an.

¿Por qué hay tantos de esos inmaduros?

Precisamen­te por la falta de autonomía personal de la que hablaba. Sin ella no hay madurez.

El narciso no busca amor, sino sólo admiración. ¿Y el dependient­e qué busca?

Es quien te dice “sólo tu me validas a mí, sin ti mi vida no tiene sentido: es un vacío”. Y esa conducta genera adicción. Si esa es una enfermedad, imagínese al narciso y el dependient­e juntos. Es la plaga de las parejas de hoy.

¿Acaso la pareja no es eso, un intercambi­o de debilidade­s?

Y en nuestros días, además, de incompatib­ilidades, porque esos valores de dependenci­a que nos pregonan como amor son sólo de sumisión y narcisismo. Sin madurez no hay relación que no sea una farsa.

¿Por qué los ve incompatib­les?

Porque mi consulta y todas se llenan de personas que creen amar cuando sólo se están sometiendo o someten a otra. Y le llaman amor.

Bauman me dijo aquí que el matrimonio en la sociedad líquida es un contrato basura.

Y tenía toda la razón. Los matrimonio­s jóvenes en su mayor parte no llegan a los dos años. Eso es tan obvio que ya no merece comentario.

¿Qué lo merece?

Lo novedoso es la revolución nada silenciosa que estamos viviendo en cuanto al género. Y es que nuestros jóvenes ya no quieren ser hombre o mujer, sino las dos cosas al mismo y confuso tiempo.

¿No es la nueva naturalida­d de género?

Y reafirma esa autonomía personal, la autarquía de la que hablábamos. Tú decides también si eres hombre o mujer o ambas cosas a la vez.

¿Le parece más sincero que ocultarlo?

Yo ayudo a mis pacientes a ser ellos mismos: salir de la manada y tomar su propio camino; asumir su existencia. Esa identidad elegida y no heredada sin querer forma parte de ella.

¿Le molesta que le encuadren entre los autores de autoayuda?

¿Por qué debería molestarme? Los presocráti­cos eran autoayuda, y todos los grandes: Séneca, Epicuro... ¡Sócrates era autoayuda!

Eran las consolacio­nes de la filosofía.

En cambio, cada día veo a personas en mi consulta que creen que la vida es una laguna tranquila en la que hallar el equilibrio.

¿No era ese un ideal universal?

Pero cae una piedrecita en su lago y es el horror. ¡Un tsunami! Tienen tolerancia cero a la frustració­n. No soportan el sufrimient­o en ningún grado. Y ese es el camino directo hacia él.

¿No viven ustedes los terapeutas de eso?

Pero también tengo pacientes que, con Nietzsche, se fortalecen en su lucha contra el torrente de la existencia.

¿Usted es de esos?

Pues acierta. Mi vida fue una riada desbocada cuesta abajo cargada de troncos en la que me echaron a nadar.

¿Y es una suerte?

Luché por mi propia existencia y tuve que nadar contra corriente. Solo.

¿No es mejor nadar acompañado?

Si hubiera habido en mi juventud Whatapp y Facebook y la fantasía que confunde la amistad con la hiperconex­ión, tal vez hubiéramos tenido filosofía, pero no lectores.

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MANÉ ESPINOSA
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