El manantial que no cesa
César Aira, uno de los autores argentinos actuales más prestigiosos y quizás el más prolífico, da en su nueva ‘nouvelle’ voz a un general del imperio romano
César Aira nació en 1949 en Coronel Pringles, Argentina, y desde 1967 vive en el barrioporteñodeflores.ensayistaytraductor del inglés y del francés, se le considera un maestro de la novela corta, celebrado cuando no criticado como escritor prolífico, que publica un promedio de dos títulos por año. Ciertamente no más prolífico, si es por el número total de páginas, que autores como Almudena Grandes y tantos otros. En el caso de Aira hay que hablar, en todo caso, de continuidad. En cada una de sus novelas aparecen varios temas o episodios y el conjunto de su obra puede leerse como un relato ininterrumpido marcado por la fluidez.
Otro rasgo notable de su escritura es la calidad de su prosa. Traductor de poetas, ha impartido cursos sobre Rimbaud y Mallarmé. Especialista en Alejandra Pizarnik, fue también amigo íntimo de Osvaldo Lamborghini y gran difusor de su obra, como lo es de uno de los más notables poetas argentinos actuales, Arturo Carrera. Él mismo ha insistido en su estrecha relación con la poesía: “Esa narrativa mía es una forma de poesía”, precisamente porque “la poesía es el laboratorio donde se prueban cosas nuevas”.
He reseñado en estas páginas más de una novela de Aira, por lo que también yo, como crítico, me considero un continuador. De ahí que Fulgentius me parezca la continuación de una historia familiar y al mismo tiempo totalmente nueva. Desde luego, es un verdadero tour de force trasladarse a los tiempos del imperio romano y hacerlo con una voz absolutamente moderna o, si prefiere, atemporal, sin caer en absurdos anacronismos.
Fabius Exelsus Fulgentius, a sus 67 años, es uno de los generales más prestigiosos y experimentados de Roma y el Senado le ofrece la posibilidad de que vuelva aponersealfrentedelalegiónlupinapara pacificar la Panonia. Son seis mil hombres, una verdadera ciudad, que tienen que recorrer una “desmesura territorial, sumada a una geografía aberrante”. El hecho de que sea una novela itinerante invita a que vayan surgiendo nuevos temas de muy variados registros, como los monjes que al ver a los legionarios huyen como ratas: “El terror que esos monjes inspiraban a la población local lo producía su condición de invisibles; una vez caían los velos resultaban ser unos hombrecitos frágiles física y psíquicamente”. Penetramos en el gran templo, “sabiendo que lo habitaban un millar de monjes más las concubinas y la servidumbre”. O conocemos a la Condesa Orsini, con su personalidad lúdica, a la que “el negocio la perseguía a ella, y ella no lo rehuía”.
Pero la mayoría de los temas giran en torno a Fulgencio, la carta a su esposa Némesis; la compañía de los lobos en el bosque; cómo llegó a general, “una historia que vale la pena contar”; el recorrido con el falsificador Maximus, cuya conversación lo cautiva, como nos cautiva a nosotros; su obsesiva voluntad de saber, “el mundo fantástico de erudiciones enciclopedistas que se había fabricado”; y, sobre todo, lo que gira en torno a una tragedia que escribió de joven y ahora se empeña en representar en cada ciudad que conquistan. Esto le permite adentrarse en los entresijos de la creación literaria para iluminar su propia obra: “Llegaban los episodios que siempre lo conmovían más, los que lo conducían por caminos torcidos pero inexorables al desenlace final”. Por más que aquí no hay nada torcido: es un camino por el que nos deslizamos para vencer “los grises hechos convencionales sobre los que no valía la pena escribir ”.|
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