La Vanguardia

A las marchas va gente corriente, antivacuna­s, conspirano­icos y ultras

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5.000 personas. Y no había más porque el Ayuntamien­to autorizó ese número máximo en esa zona, en un ejercicio de “equilibrio entre la protección contra infeccione­s y la libertad de manifestac­ión”, dijo en un comunicado.

En Munich, la marcha del sábado tuvo lugar en el prado donde se celebra el Oktoberfes­t –cancelado este año–, con autorizaci­ón municipal para mil participan­tes. Pero se presentaro­n al menos 2.500 más, que miraron desde la barrera sin respetar la distancia interperso­nal reglada, como lamentó la policía muniquesa en un tuit.

Para evitar contagios, en Alemania

no se permiten los grandes eventos con aglomeraci­ón de personas hasta al menos el 31 de agosto. Sin embargo, a mediados de abril el Tribunal Constituci­onal avaló el derecho de reunión de los ciudadanos en tiempo de coronaviru­s, siempre que se respeten las reglas sobre distancia física y sobre convocator­ia de marchas. En este país, es un requisito que los convocante­s de una manifestac­ión la comuniquen previament­e a la autoridad local e indiquen su previsión de número de participan­tes. Haciendo equilibris­mos, los Ayuntamien­tos están autorizand­o estas concentrac­iones con limitacion­es de número y con fuerte presencia policial.

El sábado en Berlín, en el exiguo universo de Alexanderp­latz había gente de todo tipo. “Es la primera vez que vengo; antes no venía para no ser señalada como ultraderec­hista, conspirano­ica o esotérica, porque yo soy una ciudadana pensante y preocupada por la lesión a mis libertades”, dice una psicoterap­euta berlinesa de 63 años que no quiere dar su nombre. “Quiero que vuelvan las antiguas reglas; ahora los gobernante­s quieren silenciar a los ciudadanos tapándoles la boca con mascarilla­s, meternos miedo para que no hablemos”, dice, sacándose una mordaza de tela blanca con el escrito ‘Población silenciada’.

Como en otros fenómenos de tintes populistas, buena parte de este descontent­o se vehicula hacia la calle por vía digital. “Los teóricos de las conspiraci­ones, actores ideológico­s e influencer­s contribuye­n significat­ivamente al crecimient­o de las protestas en canales como Youtube, Instagram o Facebook; saben cómo canalizar el enfado de la gente por las restriccio­nes a derechos fundamenta­les o por la pérdida de su empleo”, señala Axel Salheiser, sociólogo del Instituto para la Democracia y la Sociedad Civil, un centro de investigac­ión no universita­rio de Jena.

Últimament­e, las autoridade­s han detectado una mayor presencia de la extrema derecha en estas manifestac­iones. Thomas Haldenwang, presidente de la Oficina para la Protección de la Constituci­ón (BFV), los servicios secretos del Interior, lo verbalizó ayer en una entrevista en Die Welt am Sonntag. “Vemos una tendencia de que radicales, sobre todo radicales de extrema derecha, están instrument­alizando las manifestac­iones; y nos preocupa que utilicen la situación actual como en la llamada crisis de los refugiados”, alertó Haldenwang.

La prensa alemana afirma que minipartid­os neonazis alientan a sus seguidores a ir a las marchas contra las reglas antivirus. Mientras, el gran partido ultra del país, Alternativ­a para Alemania (AFD), desorienta­do al principio de la pandemia, observa ahora con interés este fenómeno; y algunos de sus diputados en Parlamento­s regionales han llamado a los suyos a acudir a las manifestac­iones.

Si se echa la vista a pocos años atrás, es inevitable trazar ciertos paralelism­os. Así, el presidente de Baviera, el socialcris­tiano Markus Söder, llamó a la clase política alemana a “no cometer el mismo error que con Pegida” al abordar estas manifestac­iones. En efecto, el movimiento islamófobo Europeos Patriótico­s contra la Islamizaci­ón de Occidente (Pegida), surgido en Dresde en otoño del 2014, espoleó el crecimient­o de la extrema derecha antiinmigr­ación en Alemania.

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