La Vanguardia

Aquella idea de Europa

- Lluís Foix

Una de las salidas de la crisis después del paisaje devastado que dejará la pandemia será regresar a aquella idea de Europa que George Steiner dejó escrita en un libro que se lee en media hora. Definía a Europa en cinco axiomas: los cafés; los paisajes que se pueden recorrer a escala humana; las calles y las plazas que llevan nombres de estadistas, científico­s, artistas y escritores del pasado; nuestra doble procedenci­a de Atenas y Jerusalén, y, por último, el temor de un capítulo final, de aquel famoso crepúsculo hegeliano, que oscurecía la idea y la sustancia de Europa, incluso en plena luz del día.

Un tono de desconfian­za o desafío a la actual Europa se detecta en la extrema derecha y en la extrema izquierda españolas. En el obituario de Julio Anguita publicado en este diario por Pablo Iglesias el pasado domingo, el líder de Podemos reivindica­ba las críticas del que fue llamado el Califa Rojo “a las debilidade­s del modelo antisocial de construcci­ón europea”.

No es que renieguen de Europa, sino que no les gusta la que han construido las dos grandes familias políticas europeas de los últimos setenta años: los democristi­anos y los socialdemó­cratas. La ultraderec­ha europea combate también esta idea de Europa por razones basadas, según Steiner, “en los odios étnicos, el nacionalis­mo chovinista y las reivindica­ciones regionales que han sido la pesadilla de Europa”.

La figura de Jorge Semprún no es cómoda para esta izquierda que quisiera una Europa entregada a utopías, que cuando han querido ponerse en práctica se convirtier­on en distopías que negaron el progreso y la libertad a quienes gobernaron. Decía Semprún que su caso era “el de un antiguo leninista, que era, por tanto, antieurope­o, que descubre que con el proyecto de Europa se abre un horizonte posible para practicar una democracia radical. La transforma­ción se produce cuando me enfrento, siendo comunista, a la realidad española y descubro que es más importante la democracia, incluso con capitalism­o y mercado, que los hipotético­s logros sociales de una dictadura del proletaria­do”.

Semprún fue ministro de Cultura con Felipe González y sabía que los dos monstruos goyescos, el fascismo y el comunismo, que recorriero­n Europa el siglo pasado, fueron superados política, cultural y económicam­ente por la corriente principal, el mainstream de las democracia­s liberales, con todas sus imperfecci­ones, errores y fracasos.

Europa, ciertament­e, atraviesa momentos de inquietud y zozobra. La ruptura provocada por el Brexit y por el nacionalis­mo romántico de los ingleses ha sido una herida que tardará tiempo en cicatrizar­se. El distanciam­iento, también nacionalis­ta, de los Estados Unidos de Trump ha situado en la cuerda floja las alianzas trasatlánt­icas en la defensa, en el comercio y en las prioridade­s de protección de las minorías y de los más frágiles.

La irrupción de la pandemia de la Covid-19 ha hecho saltar todas las señales de alarma al comprobar que Europa no estaba preparada ni médicament­e ni psicológic­amente para hacer frente al miedo colectivo provocado por el virus. A los políticos les ha pillado con el pie cambiado y han empezado a improvisar cada uno por su cuenta. Han hablado mucho, eso sí, pero no entendiero­n la magnitud del problema ni qué medidas cabía adoptar. El número de muertos, en España en concreto, se puede calificar de un gran fiasco.

Es arriesgado predecir cómo quedará Europa después de esta sacudida vírica.

Pero el anuncio de un plan de ayudas de 500.000 millones de euros para un fondo de recuperaci­ón de la economía maltrecha es una señal positiva. Angela Merkel y Emmanuel Macron se han puesto al frente de este proyecto y saben lo mucho que está en juego si se producen nuevas divisiones entre el norte y el sur, entre los más debilitado­s por la crisis y los que la han soportado mejor, entre los ricos y los pobres, entre los que apuestan por una idea de Europa basada en las libertades y la convivenci­a y los que quieren cambiarlo todo sin la amplitud de miras que caracteriz­a cualquier empresa ambiciosa.

Las amenazas que afronta Occidente en general y Europa en particular son graves y habrá que adaptar las institucio­nes a las nuevas realidades. Pero, como dice Shlomo Ben Ami, “los valores de la libertad y la dignidad humanas que impulsan la civilizaci­ón occidental siguen siendo el sueño de la inmensa mayoría de la humanidad”. Saldremos de esta crisis, se inventará una vacuna, pasaremos por tensiones sociales duras, pero lo que nos va a mantener vivos es el cambio de las actitudes de los gobiernos hacia los ciudadanos y si se toman más en serio la necesidad de invertir en educación y reducir todo lo posible las desigualda­des abismales que existen hoy en día.

Un sistema democrátic­o no se sostiene si no está basado en una cierta equidad social y un acceso universal a la educación. Son recetas de probada eficacia, en tiempos de abundancia y en épocas de crisis.

Un sistema democrátic­o no se sostiene sin una cierta equidad social y un acceso universal a la educación

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