La Vanguardia

Un cadáver desapareci­do tres semanas

- J. RICOU

Mi padre iba tres veces a la semana al gimnasio; estaba fuerte, pero tenía una enfermedad pulmonar que justificab­a su ingreso”

Madrid ha sido “la zona cero de esta guerra” , afirma Pedro Palazón. El periplo vivido por esta familia a causa del coronaviru­s (lo pasaron tres de sus miembros) tiene ingredient­es suficiente­s para acabar en el juzgado. A los padres de Pedro les negaron durante días la asistencia en un hospital público

Nos cansamos de llamar a los teléfonos de sanidad para pedir ayuda y la respuesta solo era una: paracetamo­l y quietos en casa”

pese a ser población de riesgo, y cuando el padre de este vecino de Madrid (tenia 82 años y también se llamaba Pedro) fue llevado por su hijo en su coche particular a un centro sanitario madrileño, ese hombre fue cambiado de hospital sin informar a la familia. Pedro Palazón murió, ha sabido ahora su hijo, sin pisar una unidad de cuidados intensivos. Pero la historia no acaba aquí: la esposa e hijos de Pedro no supieron del paradero del cadáver hasta

Es como si hubiera muerto dos veces; su vida se apagó en un hospital de Valdemoro, y el cuerpo se extravió y apareció en Parla”

tres semanas después de su fallecimie­nto. Murió el 28 de marzo, y el funeral, en la nave de un crematorio, se celebró el 19 de abril.

Pedro (le cuesta mantener la serenidad tras todo lo vivido) hace un esfuerzo para ser ordenado en su relato. No quiere dejarse nada en el tintero. Hay que remontarse a primeros de marzo. “Mi madre fue la primera que enfermó”, recuerda. Pedro y su hermana se aislaron tras ese positivo, y sus padres se encerraron en casa. “Llamábamos a diario a todos los teléfonos de sanidad para informar de los síntomas de mi madre y la respuesta siempre fue la misma: que tome paracetamo­l”. Pedro cuenta que enseguida se preocuparo­n por su padre. “Estaba muy fuerte, sí. Iba tres veces a la semana al gimnasio, conducía, nos ayudaba en todo, pero era población de alto riesgo por una enfermedad crónica pulmonar”. En las incontable­s llamadas hechas a servicios sanitarios

“nadie nos hacía caso y nunca llegaron tampoco los anunciados tests”. La receta del “paracetamo­l y quietos en casa” era la única respuesta. La hermana de Pedro se saltó el confinamie­nto y se llevó a su madre a una clínica privada. “La trataron con hidroxiclo­roquina y volvimos a casa, no podíamos pagar lo que cuesta una estancia privada”.

Al cabo de unos días, cuando Pedro y su hermana mantenían una conversaci­ón con sus padres por videoconfe­rencia, “mi madre cayó desplomada”. Llamaron a emergencia­s “y en ese caso sí que acudió al domicilio una ambulancia, pero después de un reconocimi­ento los profesiona­les sanitarios se fueron de la casa al considerar, pese a explicarle­s la situación, que no cabía ningún ingreso hospitalar­io”.

Eso desesperó aún más a los hijos de esta pareja, “pero la angustia se disparó cuando mi padre también enfermó”, añade Pedro. En cuestión de días la salud de hierro de ese jubilado se esfumó. “No podía con su alma”, revela el hijo. Su hermana, que también se contagió, se había instalado ya en la casa de los padres. Cansado de llamar para pedir que llevaran, al menos a su padre, a un hospital, Pedro cogió un día el coche, fue al domicilio y se llevó a su progenitor a un centro sanitario “de confianza”. Entraron por urgencias, y su padre se quedó allí ingresado. “Al día siguiente nos llamó para decirnos que estaba en otro hospital, en Valdemoro. Nadie nos había informado de ese traslado”.

Pedro ya no volvió a ver consciente a padre. Su estado empeoró, y cuando lo llamaron desde ese último centro para que se despidiera de él, “estaba sedado, con los ojos cerrados”. El médico le dijo que el último sentido que se pierde con la morfina es el oido. “Estuve seis horas pegado a él sin parar de hablar”, recuerda con gran dolor. Poco después de salir del hospital volvieron a llamarle. Su padre había muerto.

Llegó la hora de preparar el funeral. Un trámite que debería de haberse resuelto en días se prolongó durante tres semanas. El cadáver no aparecía por ningún sitio. Tras incontable­s gestiones, Pedro supo que el cuerpo sin vida de su padre había ido a parar a un tanatorio de Parla. “Fue como si hubiera muerto dos veces”, concluye. Pedro es abogado y lo tiene muy claro: “Esto no va a quedar así, lo que hemos pasado no se lo deseo a nadie”.

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DANI DUCH Pedro Palazón piensa llegar hasta al final por el abandono hospitalar­io con su padre y el extravío del cuerpo tras su fallecimie­nto

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