La Vanguardia

“¿Se puede tocar?”

- Xavi Ayén

Han abierto las librerías. ¡Viva, abren las librerías! Sin embargo, un breve recorrido por algunas dibuja una escena llena de matices. Para empezar, ¿han abierto las librerías? En Altaïr –una de mis favoritas– la persiana está bajada y se ve luz al fondo, con sombras de gente que trabaja. Un cartel da los teléfonos de Marc y Helena: vendrán a abrirnos si se trata de “recogida y entrega de mercancía”. Como solo se permite abrir a comercios de hasta 400 metros cuadrados, voy a la Casa del Libro en el paseo de Gràcia –una de las más grandes que conozco– y, en efecto, está totalmente cerrada.

En la Jaimes, en la calle València,

hay dos personas mirando. La librera Montse Porta, se lamenta: “Nosotros sí podemos abrir pero nuestros clientes no pueden salir, están confinados”. Su compañero, Christian Vigne, al lado de la caja, hace cálculos: “A este ritmo, una semana abiertos es el equivalent­e a un día en situación normal”.

En La Central de la calle Mallorca han cerrado algunas partes –la del bar, un rincón del área “Religiones”– y a media mañana hay cuatro personas curioseand­o con total libertad por las dos plantas del recinto. “¿Se puede tocar?” pregunta con disimulada ansiedad, Isidor Martínez, diseñador gráfico. “Sí, con los guantes”. En la puerta, junto al gel, hay una bolsa llena, como en las fruterías. “Es lo que más añoraba –dice–, curiosear, leer las contraport­adas, ir cogiendo los que me gustan y luego moderarme y llevarme solo dos”.

En La Carbonera, en el Poble Sec, les hacen la misma pregunta: ¿se puede tocar? “Mirar sí, pero no tocar”, responde la librera Carlota Freixenet, que aplica implacable su método: “Tienen 30 minutos para ir curioseand­o, les apartamos los libros que nos indican y se los ponemos en el mostrador para que los vean... sin tocar”. Las libreras van pasándoles las páginas a demanda. Ellos no han notado baja de ventas pero sí que “la gente te llega a horas más extrañas”.

La + Bernat de la calle Buenos Aires ya llevaba quince días abierta pues, al vender prensa, se considera un servicio esencial. Montse Serrano exclama: “Es increíble lo que pasa, yo vendo lo mismo que antes, no sé si es porque la gente no puede ir a los grandes centros comerciale­s... ¡Y hay una vuelta a los clásicos impresiona­nte!”. En su caso, tras el gel, sí se puede tocar.

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LLIBERT TEIXIDÓ Imagen de la librería La Central, ayer por la mañana, en Barcelona
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EL MIRADOR

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