La Vanguardia

La Cinisca del colegio

- Margarita Puig

Mis hijos tienen una profesora campeona. Campeona olímpica. Pero no una campeona olímpica cualquiera: Núria se quedó sin medalla. Se la robaron. Entraron en su casa y se llevaron, se supone que entre otras muchas cosas, el oro que ganó el 7 de agosto de 1992. Contra todo pronóstico y en la prórroga. Ante 12.000 espectador­es. Con ese equipo (casi) amateur de hockey hierba que besó el olimpo sin salir de Terrassa.

Denunció, buscó, pleiteó y no consiguió nada más que engrandece­r su enojo. También fracasaron sus amigas (igualmente campeonas) que tras infinitas súplicas y visitas a joyerías e incluso fundicione­s industrial­es no pudieron hacerle una réplica para su 50 cumpleaños… Nada que ver, pues, con el robo en el apartament­o neoyorquin­o de Patrick Ewing, a quien le devolviero­n sus dos medallas (también oros: los de 1984 y el 1992) con solo llamar a su amigo Jerry Colangelo, expresiden­te del baloncesto americano. ¡Zas!, “fue genial, me consiguió dos de reemplazo”, explicaba orgulloso hace menos de dos semanas.

Está claro que las normas para los que no han bailado con las estrellas son otras. Las medallas no se obtienen de la noche a la mañana. Primero te las ganas. Luego las puedes exhibir, conservar y extraviar. Y te las pueden robar y/ o ponerlas a subasta... Puedes hacerlo casi todo .... menos una copia. Así que cuando la pierdes, aprendes a vivir sin ella como hicieron los primeros campeones olímpicos de la antigüedad. Entonces eran convocados en el templo de Zeus y recibían una manzana o una corona de olivo y laurel. La verdadera recompensa era “el honor y la gloria” y sobrevivir al tiempo hecho leyenda. Como la princesa espartana Cinisca, la primera mujer campeona olímpica

Es una campeona olímpica, pero sin medalla; se la robaron y nunca le consiguier­on una copia

de la historia. O Leónidas de Rodas.

Este confinamie­nto en que la mayoría, campeones o no, nos hemos automedica­do con Netflix, cupcakes o cursos de yoga online (Trump con hidroxiclo­riquina), ha sido especialme­nte duro para Michael Phelps. Atrapado en casa, con todas esas medallas con que le arrebató dos mil años después el récord de títulos individual­es al mismísimo Leónidas, acaba de sincerarse en una carta sobre sus intermiten­tes momentos de puro abatimient­o. Hasta el punto de desear ser otro, escribe derrotado. Sí, todos hemos tenido tiempo de pensar mucho. Demasiado... Y a mí me ha dado por imaginar que eso ha hecho también el ladrón de medallas de la Cinisca del colegio de mis hijos.

¿Te imaginas, Núria? Despertars­e el 7 de agosto de un timbrazo. Es viernes y todo es normal al fin (crucemos los dedos). Abres y un tipo de Amazon, o, ya puestos, el mismo ladrón, aparece bajo el marco de tu puerta. Te entrega un paquete leve. Poco puede aliviar, piensas, solo es un objeto... Pero al fin regresa la medalla que siempre ha sido tuya.

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