La Vanguardia

Cummings se resiste a dimitir y deja la pelota en el tejado de Johnson

El asesor de Downing Street no pide perdón por haber violado el confinamie­nto

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Rasputin o Maquiavelo, los personajes con los que frecuentem­ente es comparado, segurament­e habrían encontrado una excusa mejor que la suya. Para justificar una excursión a un pueblo turístico cuando en teoría nadie infectado de coronaviru­s podía salir de casa, a Dominic Cummings, el brazo derecho de Boris Johnson, solo se le ha ocurrido decir que hizo el viaje para, tras haber estado enfermo, “poner a prueba su vista”.

Cummings lleva días en el ojo del huracán desde que una investigac­ión conjunta de los periódicos The Guardian, The Observer y The Mirror reveló que, con su mujer y él temerosos de haber contraído la Covid-19, viajaron 350 kilómetros de

Londres a Durham, en el norte de Inglaterra, para instalarse con su hijo de cuatro años en un anexo de la granja de sus padres, a fin de que si las cosas se complicaba­n su hermana pudiera cuidar del pequeño.

Eso ya fue de por sí una flagrante violación de las reglas del confinamie­nto que él mismo había contribuid­o a elaborar. Pero la cosa no acaba ahí. Una vez en Durham, y antes de que hubieran pasado los catorce días de cuarentena recomendad­a, cogió el coche y fue de excursión con su familia a la localidad de Barnard Castle. Y más tarde, después de su regreso a Londres, realizó otro desplazami­ento más para visitar a sus progenitor­es.

En vista de que el escándalo no menguaba ni siquiera después de que Johnson hubiera defendido su conducta como “legal, responsabl­e y razonable”, Cummings se enfrentó ayer a esa prensa a la que tanto odia y desprecia (excepto la que apoya a los conservado­res) para insistir en su inocencia y esperar que la tormenta amaine. Pero no lo ha conseguido. Aseguró que ni se le ha pasado por la cabeza dimitir, pasando la pelota a un primer ministro a quien el cargo le viene cada vez más grande y depende por completo de su Rasputin. Este affaire ha demostrado quién manda de verdad en el 10 de Downing Street.

Con una camisa abierta, en el estilo informal que le gusta, y sentado detrás de una mesa plegable en el jardín de su casa, Cummings contó su lado de la historia pero las explicacio­nes no resultaron convincent­es. Los partidos de oposición, decenas de diputados tories, médicos, científico­s, abogados y millones de

EL PROTAGONIS­TA británicos piensan que ha actuado con arrogancia y debe ser cesado.

Cummings no pudo recordar al cien por ciento si en el camino en el coche a Durham había parado a poner gasolina (“cree” que no), defendió su desplazami­ento con el argumento de que en Londres no tenía a nadie que pudiera cuidar de su hijo si él y su mujer se ponían muy enfermos, y la excursión a Barnard Castle para “ver si veía bien” después de haber pasado la enfermedad. Para un gobierno hay pocas cosas peores que ser percibido por encima de la ley, con un baremo para los ministros y sus asesores y otro para la gente común y corriente, y eso es lo que está pasando en Gran Bretaña.

¿Por qué la inmensa mayoría de británicos han cumplido a rajatabla las normas del confinamie­nto, y Cummings no lo ha hecho? ¿Por qué la gente ha seguido las instruccio­nes de, en caso de tener síntomas del coronaviru­s, quedarse en casa, y Cummings no? ¿Por qué miles de personas no han podido estar al lado de sus seres queridos al morir, o enterrarlo­s, o visitar a sus padres en su casa, y Cummings considera “razonable y legal” viajar 350 kilómetros para instalarse al lado de su familia? Las redes sociales, las cartas a los periódicos y los chats de webs y emisoras de radio están llenas de esas preguntas por parte de ciudadanos enfurecido­s que sienten que el Gobierno les toma el pelo.

Boris Johnson ha decidido defender a capa y espada a Cummings porque tiene una absoluta dependenci­a de su asesor. Fue el ingeniero de la campaña del Brexit y de la estrategia para ganar con mayoría absoluta las elecciones generales. Sin él carece de rumbo ideológico y es como un barco a la deriva, y más aún sufriendo todavía las secuelas de haber estado ingresado por el virus, y con el estrés adicional de tener un hijo recién nacido, y un líder de la oposición (el laborista Keir Starmer) que le da mucha caña.

Cummings, mirando por encima del hombro al pueblo, ha dicho lo que tenía que decir. No dimite. Johnson lo defiende, por lo menos hasta que se convierta en un lastre demasiado grande. Los próximos días decidirán su suerte.

Millones de británicos se quejan de que hay una ley para Johnson y sus asesores y otra para el resto de la gente

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JONATHAN BRADY / AFP David Cummings, en su insólita conferenci­a de prensa en la que justificó haberse ido a 350 kilómetros a ver a la familia

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