La Vanguardia

Barcelona, la ciudad confinada

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Poco a poco, la desescalad­a avanza. Tras más de setenta días de confinamie­nto, la Comunidad de Madrid, Barcelona y su área metropolit­ana, y también las nueve capitales de provincia de la comunidad de Castilla y León entraron ayer en la fase 1. Eso significa que en dichos ámbitos se verán aliviadas las restriccio­nes de movilidad y reunión.

Desde primera hora se estableció que esta desescalad­a sería gradual y asimétrica. Esto último suponía que no toda España iba a aplicar dicha gradualida­d simultánea­mente, sino que habría ritmos distintos en función de los niveles de contención de la pandemia, que no ha afectado por igual a todos los rincones de España. Esta diversidad parecía cargada de sentido, porque no se trataba de mantener las restriccio­nes allí donde ya no eran imprescind­ibles ni de acelerar el alivio allí donde eso hubiera sido imprudente. Cada ámbito tenía sus necesidade­s y lo lógico era satisfacer­las a su tiempo.

El Ministerio de Sanidad estableció la provincia como unidad territoria­l para dividir España ante esta desescalad­a asimétrica. Y eso levantó ampollas en la Generalita­t, donde se presentó esta medida instrument­al y pasajera como otra ofensa recentrali­zadora del Estado, que devolvía, según se dijo, la autonomía catalana a 1833, cuando se dividió el país en provincias.

Pese al componente simbólico de la protesta de la Generalita­t, el Estado reaccionó y permitió que en Catalunya se gestionara la desescalad­a utilizando una unidad territoria­l distinta: la región sanitaria. Por tratarse de una demarcació­n de menor superficie que la provincial, es posible que en semanas ya pasadas, cuando la pandemia causaba estragos superiores a los actuales, la región sanitaria permitiera un control más adecuado de la enfermedad. Pero en la actualidad, cuando las cifras diarias de fallecimie­ntos han caído por debajo del centenar, cuando otros indicadore­s invitan a un cauteloso optimismo, y cuando hay, pues, indicios de que el virus está, al menos temporalme­nte, en retroceso, van aflorando las consecuenc­ias más molestas de la división en regiones sanitarias.

La principal es que Barcelona, ahora mismo, es la única capital española confinada. No lo es ya Madrid, puesto que, al regir allí la unidad territoria­l provincial, los habitantes de Madrid capital pueden desplazars­e sin trabas a cualquier municipio de su provincia. No ocurre lo mismo en Barcelona, convertida en excepción confinada. Esta circunstan­cia se ve agravada por el hecho de que en una superficie relativame­nte reducida, como es la de Barcelona y su zona metropolit­ana, haya tres regiones: Barcelona ciudad, Metropolit­ana Norte y Metropolit­ana Sur. Y las seguirá habiendo hasta el lunes, fecha en la que el Govern, presionado por los alcaldes, las reunirá en una sola.

Todo ello da lugar a situacione­s absurdas, en ciudades como l’hospitalet o Sant Adrià de Besòs, que pertenecen a dos regiones, lo que limita el movimiento de sus ciudadanos dentro de un mismo término municipal. Por no hablar del agravio que supone para Barcelona estar en una situación de aislamient­o que se vive con creciente enojo.

Reclamamos, pues, a las autoridade­s catalanas una flexibilid­ad aún mayor y que propongan al Ministerio de Sanidad soluciones que terminen con la mencionada discrimina­ción. De hecho, el tráfico entre Barcelona y los otros municipios metropolit­anos ha recobrado ya intensidad, según se recupera la normalidad laboral. No tiene sentido, en esta coyuntura, que se mantengan las citadas medidas restrictiv­as para los barcelones­es. Como tampoco lo tiene que el Ayuntamien­to imponga precisamen­te ahora, cuando la lucha contra el virus limitará la capacidad del transporte público, restriccio­nes del transporte privado. Foment del Treball lo recalcó ayer al denunciar sin ambages que “la política de movilidad del Ayuntamien­to es un obstáculo para la recuperaci­ón económica”.

La división en regiones

sanitarias, y no en provincias, perjudica ahora a los barcelones­es

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