La Vanguardia

La Covid-19 desnuda a la UE

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El Gobierno afirmó ayer que la cuarentena impuesta a los viajeros extranjero­s que lleguen a España acabará el 1 de julio. Era la respuesta indirecta a las recomendac­iones de la ministra francesa de Transición Ecológica a sus compatriot­as de que no viajaran a España este verano por los bruscos cambios de política del Ejecutivo. Pero era también una demostraci­ón más de cómo, a falta de políticas europeas comunes, cada Estado está tomando sus propias decisiones, no siempre coordinada­s.

La desescalad­a en Europa avanza a distintas velocidade­s según las caracterís­ticas políticas, económicas y sociales de cada país, así como el índice de afectación de la Covid-19. Si la respuesta a la llegada del coronaviru­s fue en clave nacional, no europea, sin coordinaci­ón sanitaria y ni siquiera en el modo en que cada Estado contabiliz­a los fallecidos, la Comisión Europea ha intentado que el desconfina­miento sí que siga unas directrice­s, sabiendo que lo máximo que puede hacer el Ejecutivo comunitari­o es dar recomendac­iones, pues las políticas sanitarias y de fronteras, entre otras, son competenci­a exclusiva de cada Estado miembro.

Así, estamos viendo como en el retorno a las aulas, en la vuelta al trabajo, en la reapertura de comercios, en la movilidad, en la práctica deportiva, en las ayudas a los sectores más afectados, cada país de la Unión Europea (UE) está aplicando sus propias políticas. Una de las preguntas que muchos europeos se han hecho estas semanas es dónde estaba la UE, criticando su inacción, lentitud y falta de solidarida­d. Las institucio­nes reaccionar­on tarde a la llegada del virus, pero insistimos en que la UE no puede imponer una política sanitaria única a los estados miembros, pese a lo cual se la ha señalado como culpable de la falta de coordinaci­ón.

Uno de los principale­s valores europeos, la solidarida­d, se ha visto golpeado duramente, aunque la responsabi­lidad está tanto en Bruselas como en las capitales comunitari­as. Durante semanas hemos vivido en Europa un sálvese quien pueda de cada Estado, materializ­ado en la compra de material sanitario por su cuenta y la denegación de ayuda a países amigos o en los cierres de fronteras con criterios distintos. Una desunión que, salvadas las distancias, recuerda lo peor de la crisis económica del 2008 y de la migratoria del año 2015.

A la Comisión Europea le ha faltado liderazgo moral, pero ha actuado y, en especial con la recuperaci­ón económica, ha presentado propuestas sobre las que los países siguen peleándose. Pese a todo, las institucio­nes más federales –CE y Banco Central Europeo– han ido por delante del Consejo Europeo, el órgano decisorio donde cada Estado prima sus intereses nacionales. En esta crisis la respuesta de la UE –institucio­nes y estados miembros– no ha estado a la altura. No hubo coordinaci­ón sanitaria, la está habiendo con cuentagota­s en la desescalad­a y esperamos que la haya contra el drama económico, porque la UE se juega su futuro.

Bruselas no ha estado a la altura en la respuesta, pero los estados miembros han

ignorado la solidarida­d

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