La Vanguardia

La de la lengua larga y la falda corta

Cristina Zubillaga, que inspiró ‘19 días y 500 noches’, habla de su ex, Sabina

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“Siempre tuvo la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta”. Esa descripció­n por fin ya tiene cara. Es la de Cristina Zubillaga, que más de 20 años después de inspirar una de las canciones más famosas de Joaquín Sabina, 19 días y 500 noches, ha salido del anonimato.

Ella era una modelo de origen mallorquín asidua a la noche de la movida madrileña que a finales de los años ochenta empezó un romance con el músico. “Lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks”, empieza cantando Sabina, aunque en realidad la relación duró algo más. El documental Pongamos que hablo de Sabina, estrenado el pasado fin de semana en Atresplaye­r Premium, dio voz por primera vez a Zubillaga, la mujer que le dejó “el corazón en los huesos” . “Yo era la antimodelo. Éramos un grupo de amigas modelos que no nos cuidábamos mucho, trasnocháb­amos mucho… Teníamos un grupo de amiguitos intelectua­les, algún guionista, gente del cine”, cuenta Zubillaga en el primero de los tres capítulos del documental conducido por Iñaki López. Sabina vivía por aquel entonces con Isabel Oliart, la madre de sus hijas. Y una noche de sarao conoció a Cristina. “Yo era un poco loquita de la noche, me perdía de mis amigas y en una de esas aparecí sola en Amnesia (Madrid) y estaba sola en un rincón tomando una copa. Vi a Joaquín y se acercó porque yo creo que le acosé un poco mirándole y me dijo: ‘¿Quieres tomar una copa?’. Le dije que sí y así siguió todo”, desveló.

Cristina destaca de Sabina su “caballeros­idad”. “Era muy atento. Esa noche fuimos a casa de Pancho y acabamos juntos, tuvimos una química muy buena”, añadió. El romance fugaz fue convirtién­dose en algo más serio, que como explicó años después Sabina, incluso llegó a coincidir en el tiempo con su relación estable con Isabel. Para él, Cristina al principio era “solo una tía buena” pero poco a poco se fueron conociendo, “hasta que un día cogió el teléfono, me llamó y me dijo: ‘Bueno, aquí hay algo más’”. Entre sus muchas escapadas, la llevó a Cuba, donde se reunieron de madrugada con Fidel Castro.

Al parecer Cristina empezó a cansarse del ritmo de vida de Sabina tras un tiempo viviendo juntos. Allí es donde revive la leyenda de las llaves de la casa de Sabina, que las daba a muchos de sus amigos para que entrasen y saliesen cuando gustasen. “Era muy desagradab­le. Allí me encontré de todo. Quería matar a Joaquín. Me levantaba y me encontraba a gente en la casa: ‘No, es que estoy aquí para enseñarle la casa de Joaquín a esta amiga’, me decía uno. ¡Que era mi casa! Yo salía en camisón. Menos mal que siempre he sido muy presumida e iba muy arregladit­a”, contó en el primer episodio.

Su relación llegó al final durante una estancia en Menorca, en la que Cristina decidió marcharse. De repente en una cena, “la chica que yo conocía desapareci­ó, pero desapareci­ó entre la sopa y el postre”, contó años después Sabina. Ahí empezó el principio del fin. Ella siguió con su vida y él le dedicó una canción que es una gran venganza por dejarle el corazón hecho añicos.

La exmodelo mallorquin­a tuvo una relación con el cantante a finales de los ochenta

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ATRESMEDIA Le dejó “el corazón en los huesos”. Cristina Zubillaga, en el primero de los tres capítulos del documental Pongamos que hablo de Sabina, estrenado el pasado fin de semana en Atresplaye­r Premium

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