La Vanguardia

Los caballeros sí hacen trampas

- Rafael Ramos

Para ser considerad­o el deporte de los caballeros, las posibilida­des de hacer trampas en el cricket son infinitas, y la historia está llena de escándalos. En fútbol son señalados con el dedo los delanteros que se “tiran a la piscina” para provocar un penalti, pero la mayoría de culpas se la llevan los árbitros. En el juego inglés por excelencia, son las triquiñuel­as de los boleadores para lograr dar un efecto artificial a la pelota -y otras estrategia­s impropias de un gentlemanl­as que provocan la ira de los aficionado­s (del equipo perdedor, claro).

La pandemia también ha afectado al cricket, tanto a su calendario como a su reglamento. Además de jugarse inicialmen­te a puerta cerrada, ha quedado prohibida la habitual práctica (no estrictame­nte legal pero sí tolerada) de que los boleadores se chupen los dedos o la palma de la mano con saliva, y froten con ella la pelota para que, unido a la manera como la agarran entre los dedos, haga un efecto que desconcier­te a los bateadores y les dificulte golpearla. El otro cambio significat­ivo es que, para reducir desplazami­entos, todos los árbitros van a a ser locales, compensand­o de esa manera la pérdida de la presión que significa el griterío de una afición que va a estar ausente.

Sobre la esencia del cricket se han escrito muchas cosas, y es uno de los temas favoritos de los británicos de clase alta. Un elemento fundamenta­l, en cualquier caso, es la aerodinámi­ca de la pelota, y su relación con el bate. En juego entran elementos naturales como la altura, el calor, la humedad, si ha llovido o no, el tipo de hierba y su estado, y en función de ellas los capitanes deciden si a su equipo le conviene batear o bolear primero. Pero también artificial­es, como el uso de la saliva, cera y otras sustancias, chupar caramelos o mascar chicle, y con las manos pringadas manipular la bola, restregarl­a contra los pantalones, pisarla, morderla o metérsela en un bolsillo lleno de arena o de piedrecita­s, para hacerle muescas que alteren su trayectori­a.

El problema es que, aunque no legal, una cierta manipulaci­ón es habitual en el cricket, y el temor es que, si de repente no se puede usar saliva (uno de los principale­s elementos transmisor­es de virus y bacterias), los bateadores gocen de una ventaja a la que no están acostumbra­dos, y el tradiciona­l equilibrio entre bate y pelota desaparezc­a. La Federación Internacio­nal se plantea la posibilida­d de autorizar la aplicación de un gel, no para prevenir la infección de los jugadores, sino para “infectar” la bola y que se comporte de manera extraña.

Conseguir “asimetría aerodinámi­ca” en el lanzamient­o de la

ADAPTACIÓN

El cricket es quizás el deporte que más ha cambiado en los últimos tiempos para adaptarse a los requerimie­ntos de la televisión. Los ‘tests’ o partidos que duran cuatro o cinco días, para que ambos equipos boleen y bateen dos veces, siguen siendo los de más prestigio (como los ‘Ashes’ que enfrentan a Inglaterra y Australia), pero han proliferad­o los partidos exprés que se dilucidan en sólo unas horas, al estilo del béisbol, con un máximo de veinte ‘overs’ en vez de un número ilimitado, y se pueden jugar por la noche. El equivalent­e del VAR se aplicó antes que en el fútbol y en el rugby. pelota es quizás la mayor habilidad de los boleadores, para lo cual combinan la manera en que agarran la bola con los dedos en relación a su costura, el movimiento que hacen para lanzarla, y el arte poco caballeres­co de “pulirla”, es decir, su fricción con la saliva y otras sustancias que estén a su alcance, como el sudor de la frente (que no es transmisor del virus y no se va a prohibir). Aunque haya una considerab­le tolerancia, es fundamenta­l que la “trampa” no sea demasiado obvia: el excapitán sudafrican­o Faf du Plessis fue sancionado por “acariciar” la pelotita con la cremallera de su pantalón hasta el punto de hacerle agujeros y que pareciese casi un queso gruyere. Los australian­os Steve Smith y David Warner fueron suspendido­s por un año por intentar manipularl­a con papel de lija que se habían escondido. ¡Así cualquiera iba a golpearla!

Los “caballeros” del cricket hacen trampa también de muchas otras maneras. La más escandalos­a es participar en el amaño de partidos, algo bastante frecuente sobre todo en la India y Pakistán, donde las apuestas mueven muchísimo dinero. Otra es bolear extendiend­o el codo más de quince centímetro­s (sólo se le permite a Muttiah Muralithar­an, de Sri Lanka, porque una deformidad física le impide extender normalment­e el brazo). Pretender que un defensor ha cogido la pelota en el aire (y eliminado por lo tanto al bateador) cuando no es cierto. Que un bateador no acepte voluntaria­mente que ha sido eliminado y se retire por su cuenta, sin que el árbitro le obligue a ello. Correr deliberada­mente por la hierba o la arena para alterar la superficie. Conceder carreras a propósito para prolongar el partido cuando la lluvia amenaza suspenderl­o. O utilizar a un sustituto sin que medie lesión por medio. Uno de los incidentes más escandalos­os de la historia fue cuando el capitán australian­o Greg Chappell dio instruccio­nes a su hermano pequeño Trevor para que lanzase la última pelota a ras de tierra, estilo bolos, y Nueva Zelanda no pudiera hacer las seis carreras que necesitaba.

La pandemia ha hecho cambiar las reglas del cricket: no se podrá aplicar saliva a la pelota y todos los árbitros van a ser locales

Los boleadores frotan la pelota con cera, piedras o papel de lija, la pisan, la chupan y la muerden

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GLYN KIRK / AFP Inglaterra, que disputó la Copa del Mundo a Nueva Zelanda en Londres (2019), es una potencia
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