La Vanguardia

Cien mil muertos en Estados Unidos

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La cifra de fallecidos a causa de la Covid-19 ronda en Estados Unidos los 100.000. Según ciertos marcadores, los ha superado ya. Otras proyeccion­es apuntan al próximo lunes, 1 de junio, como el día en que se doblará el fatídico cabo de las 100.000 víctimas mortales. EE.UU. es, con mucha diferencia, el líder en esta macabra competició­n relativa a los efectos del coronaviru­s. Sus cifras de contagiado­s –alrededor de 1.700.000– y de muertos cuadruplic­an las de Brasil, el país americano en el que la pandemia crece ahora a mayor velocidad (más de 2.000 nuevos casos ayer). Les sigue, por número de contagiado­s, Rusia, con más de 370.000 casos y un ritmo de crecimient­o diario de la enfermedad superior al de Brasil. Por número de fallecidos, el Reino Unido, con más de 37.000, es el segundo país del mundo, tras EE.UU.

Hace unos meses, el mapa de los estragos de la pandemia era distinto. Lo encabezó al inicio China, donde se originó, y luego Italia, primer país europeo que sufrió las consecuenc­ias de su imprevisió­n, seguido por España (dicho sea con toda cautela, vistos los últimos bailes de cifras). Hoy son EE.UU., Brasil o el Reino Unido los países que presentan, por unos u otros motivos, peores resultados. ¿Y qué tienen en común estos tres países? Pues unos presidente­s y un primer ministro que minusvalor­aron el potencial mortífero de la pandemia, adoptaron políticas equivocada­s y reaccionar­on tarde y mal.

Donald Trump, presidente de EE.UU., es el mejor ejemplo de lo dicho. Pese a disponer ya en enero de informació­n proporcion­ada por altos funcionari­os, negó o minimizó la gravedad de la pandemia, aconsejó tratamient­os arriesgado­s, contravino personalme­nte los consejos de los especialis­tas y rompió con la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) en plena crisis. Las fotos de filas de camiones frigorífic­os repletos de cadáveres en Nueva York, a la espera de un hueco en un sistema funerario colapsado, son de una elocuencia incontesta­ble.

El premier británico, Boris Johnson, que priorizó la búsqueda de la inmunidad colectiva sobre la prevención, a sabiendas de que el precio que pagar en vidas sería ruinoso, sufrió en sus carnes los estragos de la enfermedad y rectificó. En cambio, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, sigue negando el peligro mientras su país se hunde en una tremenda crisis sanitaria, después de que la OMS haya señalado ya Latinoamér­ica como el actual epicentro de la pandemia.

Aún no se ha superado la primera oleada global de la Covid19, y los expertos anuncian ya una segunda en otoño. Cuando llegue, los gobernante­s negacionis­tas deberán retractars­e y corregir el rumbo. Porque, conocidos ya los efectos del virus, lo que antes pudo pasar por imprevisió­n o tozudez se parecería ya demasiado entonces a una reincidenc­ia criminal.

Los países con mayor mortandad son dirigidos por quienes negaron o aún niegan el peligro del virus

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