Ganar a la guerra, perder con el virus
Carmen Maldonado Parra pertenece a las generaciones de españoles que vencieron a una guerra, superaron la posguerra y que ahora ha sido derrotada por el virus de la Covid. La suya es una historia que sirve para dar cuenta de las miles de vidas que nos hemos dejado en esta pandemia, los que vencieron un sinfín de obstáculos para hacer su viaje final solos; sin ni siquiera con el funeral que merecían: un tránsito triste y silencioso.
A punto de cumplir 93 años, Carmen no había parado de afrontar dificultades. Vino al mundo en el pequeño pueblo granadino de La Mamola. Cuando tenía diez años estalló la Guerra Civil. Ella enfermó de tifus y al reponerse se enteró que su madre había fallecido. Quedó, a esa corta edad, a cargo de la familia, con tres hermanos varones más jóvenes que ella.
En la dura postguerra emigró a Barcelona, donde fundó su propia familia, de la que quedan tres hijos. En la Ciudad de los Prodigios trabajó mucho en empleos sencillos. Durante años se desempeñó en los merenderos de la Barceloneta, uno de los iconos de aquella urbe que se ha ido y a donde se iba para comer paellas con los pies en la arena. Mientras locales y foráneos degustaban la ciudad, ella limpiaba los platos.
Toda esta memoria iba quedando difuminada, porque hace siete años enfermó de alzheimer. Sus hijos la ingresaron en la residencia Bertran i Oriola, de la Barceloneta, uno de los epicentros del drama; con numerosos fallecidos y que fue intervenida por Salut. Allí iban cada día a darle la comida y la cena, porque ni se acordaba de alimentarse, hasta que se confinó. Entonces sólo pudieron hacer unas videollamadas, y en la última la vieron muy desmejorada, como si no estuviera bien alimentada, cuenta su hija Verónica, además de rodeada de más gente sin medidas de seguridad. Tras la intervención pública, Verónica pudo ir a visitarla, con un traje especial, y recuerda qué le dijo.
“Cierra los ojitos, mamá, y escucha mi voz que soy yo”.
Carmen Maldonado murió de Covid el 20 de abril. Su cuerpo fue llevado al cementerio de Cerdanyola. Había dejado escrito lo que quería para su último viaje: qué ataúd, qué coche, qué ceremonia. No hubo nada de eso. La llevaron en el vehículo disponible, en una caja que importaron de Francia porque se habían acabado las existencias y no hubo ceremonia. Verónica recuerda triste: “No era su funeral”. /