El aeropuerto de las alas quietas
La superficie alar de los Airbus de dos pisos estacionados en Teruel supera a la del Camp Nou
Parece una regata de windsurf sobre campos de trigo. Llegando de la carretera de levante, son como velas surfeando sobre un oleaje vegetal. Solo que debajo de cada vela no hay mar: hay hasta 500 asientos entre un abismo de metal.
A diferencia del aeropuerto de Castellón, el de Teruel existe. Creado por el Gobierno de Aragón y el Ayuntamiento de Teruel para el estacionamiento, mantenimiento y reciclaje de grandes aviones, la crisis de la Covid-19 hace que exista más que nunca. Ahora mismo sólo vuela el 8% de la flota mundial, y en algún lugar hay que aparcar.
–¿Cuántos asientos puede haber en los más de cien aviones que veranean en Teruel? –pregunto a Alejando Ibrahim, su director. –Fácilmente, más de 30.000. Más de 30.000, pienso: la población de Teruel, probablemente la única ciudad del mundo que tiene un asiento de avión por habitante.
El aeropuerto de Teruel existe y es una pequeña historia de éxito. O gigante, si se quiere: en medio de los trigales descansan estos días nueve Airbus A380, la ballena aérea de dos pisos: siete de Lufthansa (la mitad de su flota de A380) y dos de Air France (que ya no volverá a hacer volar más los diez que posee). Cada uno puede llevar a más de quinientos pasajeros.
Situado en Caudé, a once kilómetros de Teruel y dentro de su límite municipal, es el balneario ideal para estas ballenas metálicas, único en Europa: clima seco, sin salitre, sin congestión aérea y precios muy competitivos, con el mantenimiento a cargo de Tarmac, filial de Airbus. También opera PLD Space, que en marzo estuvo haciendo ensayos y ahora están preparando un cohete para lanzar nanosatélites.
Se ven aviones de un montón de países. Incluso de Air Thaiti Nui o uno de Abu Dabi pintado con los colores del Manchester. No veo ninguno de Italia, el primer país que aterrizó en esta llanura: se creó en 1938 para que los cazas de Mussolini ametrallaran el frente de levante (tras la guerra se convirtió en campo de tiro del Ejército del Aire).
Este aeropuerto para no volar nació hace ocho años con una crisis y con una crisis acaba de despegar. Ya tenía previsto ampliar las instalaciones y la parálisis aérea global reafirma el proyecto: 25 millones de euros, unas obras que podrían empezar antes de verano.
Hay un área hormigonada para el estacionamiento, tenían proyectado ampliarla pero la Covid-19 y la llegada de aparatos les ha obligado a ganar terreno compactando tierra y poniendo placas metálicas para las ruedas. Ya tienen más de cien aviones estacionados y se acercan al límite.
“Si en la campa actual caben unos 120 o 130 aviones, con la ampliación podremos llegar a una capacidad de hasta 250 aviones, o más”, explica el director. En el nuevo hangar,
“será el más moderno de Europa”, cabrán dos A380 o seis A321.
Alejandro Ibrahim gestiona aviones en tierra, pero la situación actual no le gusta. Quiere que los aviones vuelen. “Necesitamos movimiento”, afirma.
Los aviones son las agujas que han cosido la globalización, y aquí esperan quietos en lo que algunos describirían como un no lugar.
“Ninguna fotografía refleja lo que se siente en este espacio”, me dice el fotógrafo David Ramos entre el silencio de los aviones.
Es como si fuera un sueño. Como si todo esto no fuera real. Pero es real: solo la superficie alar de los nueve A380 supera la del Camp Nou.
Es como Teruel. Un sueño que existe.
Creado para estacionar y mantener aviones, esta crisis hace que el aeropuerto turolense exista más que nunca