La Vanguardia

Carne de cañón

- Susana Quadrado

Admitámosl­o: Michel Houellebec­q tiene razón. El mundo, después de Covid, seguirá igual. Solo un poco peor.

Justo ahora que empezamos a salir de la cueva donde el depredador nos había metido, observamos con estupor que no estamos a salvo de la vieja idiotizaci­ón de la política.

¡Qué pronto algunos se han olvidado de los muertos!

Muertes sin testigos. En ataúdes de cartón, algunas. Y todas, con lágrimas en diferido.

Pongamos que hablo de la crisis del ministerio del Interior por la que dicen que deberíamos escandaliz­arnos mucho pero mucho. Del cabreo de los uniformado­s. De la judicializ­ación de la política, otra vez, en ambos sentidos de la marcha: del gobierno a la oposición y de la oposición al gobierno. De los intentos por hacer del 8-M un 11-M político, y con el virus acechando. De usar la pandemia como un garrote con el atizar al adversario, a ver si así cae k.o. sobre la alfombra. De la vieja política que avergüenza.

Primero, reducidos a un número en la estadístic­a. Ahora, ignorados. A quién le importan ya los más de 27.000 muertos. Houellebec­q, queridos. Esta semana hemos comprobado la gran capacidad de algunos de alienarse de la realidad. Un minuto para hacerse la foto que daba comienzo a diez días de luto oficial en España y los 1.439 minutos que restan hasta las 24 horas para abochornar a los de a pie, tocados unos y hundidos otros por los estragos que causa un paro desbocado.

Sería falso escribir que todo el espectácul­o político nos sorprende. Pero sí reconozco que me cuesta horrores entender de dónde saca Marlaska el cuajo para anunciar una subida de sueldo ahora a policías y guardias civiles. Ah, que se trata de dejar la crisis interna en modo silencio. ¿Y qué hay del personal de los hospitales y los centros de salud?

En este punto de la desescalad­a, quizá conviene recordar que los sanitarios son esa gente que ha tirado del carro, achicado agua cuando el barco casi se hundía. Se han partido el lomo, arriesgand­o su salud. Pero, como los muertos, ¡quién se acuerda ya de ellos!

Pues siguen ahí. Muchos están agotados, aturdidos, noqueados.

Al límite, física y anímicamen­te. El estrés postraumát­ico da la cara mientras nuestros gobernante­s se dedican a robarse la cartera entre ellos. Lean hoy el reportaje que escribe Ana Macpherson y entenderán de qué va a todo esto.

España, aun estando en quiebra, no puede cometer el mismo error que en la crisis financiera del 2008, cuando se negó la inversión a la sanidad pública. No se trata tanto de recuperar el 5% del salario recortado estos años y que se da casi por perdido, sino de garantizar que los profesiona­les tengan los recursos suficiente­s para asumir una eventual segunda oleada del virus en otoño. O eso, o el sistema se va a la mierda.

La presión en los hospitales por la Covid ha bajado, pero están entrando enfermos nuevos que la pandemia ocultó. Esas tensiones hospitalar­ias se han trasladado a la atención primaria, el eterno patito feo del sistema de salud sobre el que ahora recaerá todo el peso del desconfina­miento y la gestión del caos de los geriátrico­s.

En vez de vigilarse de reojo entre sí y mirar su ombligo, los políticos deberían estar atentos a la revuelta que viene, la de las batas. Esta vez los sanitarios no serán carne de cañón.

Marlaska sube el sueldo a los uniformado­s pero se olvida del personal sanitario: atención a la revuelta que viene

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