La Vanguardia

La suerte del virus

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Mala suerte lo del virus, como tantas cosas en la vida. Por si alguien lo dudaba, esta pandemia ha confirmado que estamos a la merced de fuerzas que no controlamo­s, por ejemplo, todos nos morimos. Sí. Hasta Donald Trump, Vladímir Putin, Angela Merkel y, probableme­nte, Diego Maradona. A lo que más de uno puede aspirar es a vivir una vida más o menos feliz y llegar a una buena edad.

Peter Piot, un microbiólo­go conocido en el mundo de la medicina como el rey del virus, dio su opinión sobre cómo podría evoluciona­r la enfermedad en una entrevista publicada en el Financial Times hace tres meses. Pero su conclusión final poco tuvo que ver con la ciencia. “La ausencia de la mala suerte en la vida es lo más importante”, dijo.

La suerte ha estado ausente en el país de nacimiento del doctor Piot. Bélgica sigue siendo el país con el mayor número de víctimas del virus del mundo per cápita. Población, 11,5 millones; muertes del virus, 9.388. Si Estados Unidos tuviera el mismo índice de mortalidad, tendría casi 300.000 muertos, tres veces más que la cifra hoy. Quizá lleguen a los 300.000. Dependerá en parte de la suerte.

Si no, ¿cómo explicar la discrepanc­ia tan gigantesca entre los estados de California y Nueva York, que han impuesto medidas de confinamie­nto similares? California tiene 40 millones de habitantes y poco menos de 4.000 muertes del virus. Nueva York tiene 20 millones de habitantes y casi 30.000 muertes. Per cápita, Nueva York lo ha tenido 15 veces peor.

En Europa es habitual identifica­r a Alemania como un país ejemplar en su respuesta al virus. Población, 83 millones; muertes, casi 8.500. Los que dicen que países como España, Francia o el Reino Unido han gestionado mal la enfermedad suelen apelar al ejemplo alemán. Una respuesta, la que dio un ministro del Gobierno alemán a la BBC hace un mes, sería: “A veces esto es cuestión de suerte”. Otra, que, bueno, son alemanes. Parten con ventaja. Pero entonces, ¿qué decir respecto a Grecia? Nadie ha acusado a los griegos de exhibir un exceso de orden prusiano, pero al lado de ellos los alemanes quedan malparados.

Grecia ha sufrido 175 muertes por el virus. Su población es ocho veces menor que la de Alemania. 175 multiplica­do por 8 es 1.400. El índice de mortalidad alemán es seis veces mayor que el de Grecia.

Nadie lo ha sabido explicar. Que si un país confinó antes que otro, o que ejerció más las reglas del distanciam­iento social, o que hizo más tests: aquí quizá resida parte de la respuesta, pero no toda. Veamos el caso del África subsaharia­na, donde ha habido poco confinamie­nto, poca distancia social y pocos tests. El total de muertos registrado­s hasta la fecha ronda los 3.000. Los pronóstico­s catastrófi­cos para el continente han resultado ser exagerados. Aunque quizá se acaben haciendo realidad.

Nadie tiene ni idea, otro motivo para sorprender­se ante una de las curiosidad­es de estos tiempos: el abismo que separa el desconocim­iento científico y la certidumbr­e de los gobiernos. Los que mandan saben poco sobre el virus, igual que los demás, pero calculan con admirable exactitud los días que se debe extender el confinamie­nto, las horas en las que determinad­os sectores de la población pueden salir o no a la calle, las fechas en las que se reabren las tiendas, los bares, los colegios, las fronteras. Es importante, dicho esto, que los gobiernos transmitan autoridad. Para que los ciudadanos no se vuelvan locos ayuda confiar en el buen juicio de los gobernante­s, ayuda creer que la mentalidad de rebaño es más útil que el debate.

Los que menos han cuestionad­o el modelo de confinamie­nto ultra español son los que más han cuestionad­o el casi insultante libertinaj­e del modelo sueco. Por eso es comprensib­le que algunos hubiesen obtenido una cierta satisfacci­ón la semana pasada ante la noticia de que durante unos días Suecia tuvo el porcentaje de muertes más alto de Europa.

Pero hagamos una comparació­n entre Catalunya y Suecia. Catalunya es la región en la que se siguen imponiendo las restriccio­nes más severas de España, y de Europa. En Catalunya hay siete millones de habitantes y ha habido unas 5.600 muertes por el virus. En Suecia hay diez millones de habitantes y ha habido un poco menos de 4.300 muertes.

Estocolmo no ha sufrido más que Barcelona; es decir, la catástrofe anunciada del no confinamie­nto sueco todavía está por verse. Quizá han tenido buena suerte. Y quizá han tenido mala suerte respecto a Noruega, que tiene la mitad de habitantes pero solo ha tenido 236 muertes. Si hubiese que elegir el campeón de Europa en la batalla contra el virus, Noruega sería un serio candidato. Se supone que ahí debe haber lecciones de utilidad para los demás en el caso de que haya otro brote serio del virus.

A ver lo que dice la persona que ha liderado la batalla, Camilla Stoltenber­g, directora general del Instituto de Salud Pública noruego. Stoltenber­g señaló esta semana que la respuesta de su país a la crisis había sido bastante similar a la sueca, y bastante menos severa que la de un país como Francia. O como España, podría haber agregado. En Noruega la gente ha podido salir a correr y caminar y las tiendas se han mantenido abiertas en todo momento.

En declaracio­nes a la televisión noruega, Stoltenber­g demostró un inusual candor para una persona que trabaja para el Estado. Dudó de las ventajas del confinamie­nto.

“Nuestra evaluación ahora –declaró– es que uno podría lograr el mismo resultado, y evitar parte de las desafortun­adas consecuenc­ias, sin confinar”. Es importante preguntars­e honestamen­te si los confinamie­ntos fueron eficaces, dijo, ya que es posible que los niveles de infección vuelvan a subir. Reconoció, por ejemplo, que “la base científica no era lo suficiente­mente buena” para cerrar los colegios.

En otra entrevista esta semana, en este caso en el diario digital argentino Infobae, Stoltenber­g cuestionó el valor del borreguism­o como respuesta ciudadana.

“Creo que mi recomendac­ión principal en estas situacione­s es que haya un debate abierto, libre y público para evaluar las consecuenc­ias de las medidas. Yo diría que no sólo hay que enfocarse en la infección, sino que también tiene que ser parte de la discusión el tema de los efectos de las medidas de confinamie­nto. Hay que avanzar con esos debates y considerar seriamente formas alternativ­as de lidiar con la enfermedad, para que las consecuenc­ias socioeconó­micas no sean tales que las desigualda­des se incremente­n y haya mayor crisis social, además de proteger la economía”.

Y la noruega agregó: “Por eso creo que la libertad de expresión es muy crucial en este proceso”.

Claro, es posible que Stoltenber­g se equivoque. Es posible que no haya debate. Es posible que vuelva el virus, Noruega no confine y las cifras de muertes se disparen. Suerte. Suerte para todos.

Sorprende el abismo que separa el desconocim­iento científico y la certidumbr­e

de los gobiernos

La catástrofe anunciada del no confinamie­nto sueco aún está por verse; quizá han tenido buena suerte

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ORIOL MALET
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