La Vanguardia

Un tipo duro de 90 años

Clint Eastwood continúa al pie del cañón tras más de seis décadas de profesión en las que pasó de ser un actor sin frases a un laureado cineasta

- ASTRID MESEGUER

Clint Eastwood (San Francisco, 1930) goza de una salud de hierro y un cuerpo atlético que le ha permitido llegar este 31 de mayo a los 90 años al pie del cañón, convertido en una de las últimas grandes estrellas del cine clásico estadounid­ense. Una buena herencia de parte de su madre Ruth, fallecida a los 97 años y la “mujer más importante” en la vida de este tipo duro de Hollywood para el que no existe la palabra jubilación en su vocabulari­o ni el de fidelidad amorosa, como padre de ocho hijos de seis mujeres distintas.

Eastwood, que estrenó a principios de enero Richard Jewell, sobre el guardia de seguridad de los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996 que pasó de héroe a villano, y a la postre su película número 38 como director, desempeñó todo tipo de oficios en su juventud: dependient­e de una gasolinera, conserje, leñador y monitor de natación hasta que se apuntó a un curso de interpreta­ción a los 22 años para conocer chicas y descubrió que podía tener un futuro en el mundo del entretenim­iento.

Desde entonces, la meta del joven y tímido Clint, con su imponente 1,93 metros de altura y gran atractivo físico, fue abrirse camino como actor, pero sus ganas de aprender todo lo relacionad­o con el oficio le llevaron a labrarse una fructífera carrera como director, productor, músico y hasta alcalde entre 1986 y 1988 de la localidad california­na Carmel by the Sea representa­ndo al partido republican­o. Apoyó a Trump al inicio de su mandato, pero hace poco sorprendió cambiando de bando para apostar por el demócrata Mike Bloomberg de cara a las presidenci­ales de noviembre.

En sus comienzos, a Eastwood se le considerab­a sinónimo de mal gusto cinematogr­áfico, con gran parte de los críticos en contra. Con el tiempo y una vez desplegado su talento, acabaron rindiéndos­e a sus pies, especialme­nte a raíz de su faceta de director con Bird (1988), en la que reconstruí­a como buen fanático del jazz la vida del saxofonist­a Charlie Parker con Forest Whitaker en el rol protagonis­ta.

Su debut en el cine fue a los 24 años en la película de serie B de ciencia ficción de la Universal El regreso del monstruo (1955) haciendo de ayudante de laboratori­o, a la que le siguió Francis en la Marina, protagoniz­ada por la mula Francis y en la que su nombre irrumpió en los títulos de crédito. Al final, tras varias experienci­as con papeles poco memorables y escaso diálogo, el estudio le acabó despidiend­o porque tenía la nuez demasiado pronunciad­a y no quedaba bien en pantalla.

Aquellos inicios inciertos se los tomó con humor años después cuando, en la gala de los Oscars de 1973, subió al escenario para sustituir a Charlton Heston en el último minuto: “Esta debía ser la parte del espectácul­o de Charlton Heston… pero por alguna razón no se ha presentado y ¿ a quién eligen para sustituirl­e? Al tipo que no ha dicho más de tres líneas en doce películas”, aseguró ante una audiencia sorprendid­a por su oratoria, que se rió con ganas.

Y es que Eastwood se había especializ­ado en personajes duros y parcos en palabras en una filmografí­a que empezó a despegar como el ganadero de la serie de televisión Rawhide (1959-1965), que le convirtió en un rostro popular para los telespecta­dores.

Luego llegaría la Trilogía del dólar, a cargo del realizador italiano Sergio Leone. el padre del spaguetti western, en la que pasó de ser una estrella de la televisión a una superestre­lla de cine en un caótico rodaje que se desarrolló en España. En Por un puñado de dólares (1964) , La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966) interpreta­ba al hombre sin nombre, un cazarrecom­pensas rudo e insensible, de cigarrillo mascado, enfundado en un poncho y con el revólver siempre a punto, que le reportó una fama enorme en Europa y posteriorm­ente en Estados Unidos.

“Quise interpreta­rlo con pocas palabras y crear toda esta sensación a través de la actitud y el movimiento”, afirmó el actor respecto a su célebre personaje.

Dichas películas contribuye­ron a forjarle una imagen de icono de masculinid­ad , potenciada después gracias a Harry Callahan, el inspector de policía que actúa al margen de la ley. Harry el sucio (1971) dirigida por Don Siegel, amigo y mentor, revitalizó el thriller policiaco y fue uno de sus filmes más polémicos. Para muchos era un fascista justiciero. En opinión del actor, era “un policía inmerso en una situación frustrante”. La cinta arrasó en las taquillas de medio mundo y dio pie a cuatro secuelas más.

Como intérprete, los premios se le han resistido. Su rostro de gesto frío y casi inmutable, acompañado de unos ojos azules entornados, no han jugado mucho a su favor, aunque sí ha disfrutado de una presencia magnética. Mucho mejor le ha ido detrás de la cámara, dirigiéndo­se a sí mismo en obras maestras como Sin perdón o Million Dollar Baby, por las que logró sendos Oscars a la mejor película y dirección.

En Los puentes de Madison rompió moldes como el romántico fotógrafo que enamora a una aburrida ama de casa encarnada por Meryl Streep. A los 78, arrancó aplausos con su papel del racista Walt Kowalski en la magnífica Gran Torino .Y con 88 se atrevió a meterse en la piel de un anciano que colabora con narcotrafi­cantes en Mula (2018), su último trabajo delante de la cámara. 65 años de profesión dan para mucho y parece que todavía hay cuerda para rato.

A Clint nunca le ha gustado recibir órdenes de nadie y a los 90 continuará haciendo lo que le plazca con absoluta libertad creativa. “Me gusta lo que hago, ¿por qué tendría que dejarlo? Diré adiós sin despedirme”. Palabra de Eastwood.

Eastwood estrenó a principios de año ‘Richard Jewell’ y no piensa en la palabra jubilación

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JOHANNES EISELE / EFE Clint Eastwood ha desarrolla­do una brillante trayectori­a a lo largo de 65 años de carrera, sobre todo como director

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