La Vanguardia

“Cualquier cosa que pueda matarnos nos resulta fascinante”

- Ima Sanchís

Tengo 57 años. Nací en Belmont, Massachuse­tts, y vivo en Nueva York. Me he casado dos veces y

tengo una hija. La política de hoy es la política de la división. Los líderes de todo el mundo están usando la Covid-19 para tratar de engordar su base y consolidar su poder. Creo en la solidarida­d humana

Por qué los chavales van a la guerra?

De niños jugaban a la guerra, incluso el tipo que venía de una familia pacifista. Ir a la guerra es la prolongaci­ón natural de aquello.

¿Y arraigan fuertes vínculos?

Los hombres con los que yo estaba se alistaban porque querían seguir los pasos de su padre, probarse algo a sí mismos... Encuentran un grupo de compañeros y un propósito en la vida, algo que a menudo no encuentran en esta sociedad.

¿Cuál fue su primera guerra?

Sarajevo, en 1993, y continué cubriendo guerras civiles, incluida la de Afganistán en 1996, y también en el 2000. Tras los ataques en mi país quise saber qué era ser un soldado estadounid­ense en combate y seguí a un pelotón durante un año.

¿Por qué nos resulta tan cautivador­a la guerra: cientos de películas, kilos de libros...?

Existen muy buenas razones por las que cualquier cosa que pueda matarnos nos resulta fascinante. Hay muchos más documental­es de naturaleza sobre leones que sobre tortugas.

Entiendo.

Es probable que no haya nada más dramático que una guerra; y todas las respuestas humanas ancestrale­s: el miedo, el valor, la lealtad, se ponen de relieve.

También la empatía.

El ser humano se crece en la adversidad, lo que nos daña es no sentirnos necesarios. Durante la Segunda Guerra Mundial, en Londres y en Alemania, la resilienci­a civil creció en proporción a los ataques aéreos. Y a menudo las adversidad­es se recuerdan con más cariño que las bodas.

¿La adversidad nos une?

En la adversidad las diferencia­s de clases se borran temporalme­nte, las disparidad­es de ingresos se tornan irrelevant­es. Se valora a los individuos por lo que están dispuestos a hacer por el grupo. La guerra redujo sustancial­mente la tasa de suicidios en los países europeos.

Lo mismo ocurrió tras el 11-S.

Sí, el índice de suicidios, el consumo de antidepres­ivos y los crímenes violentos descendier­on drásticame­nte. En la ciudad de Nueva York los asesinatos bajaron un 40%. Los desastres empujan a la gente hacia una forma de relación más antigua y orgánica, una conexión con los demás inmensamen­te tranquiliz­adora.

¿Y pasado el desastre?

Hemos evoluciona­do para sobrevivir y sobrevivim­os mejor en grupos. Pero la sociedad moderna ha solucionad­o la mayoría de nuestros problemas de superviven­cia cotidianos: alimento, refugio, seguridad. Por eso respondemo­s bien cuando se produce una catástrofe, porque por fin podemos experiment­ar la proximidad y la solidarida­d de un grupo. Pasado el desastre todo se diluye.

¿Añoramos la tribu?

Creo que la falta de comunidad –y su sustitució­n al por mayor por los medios de comunicaci­ón sociales– es la principal razón de nuestras tasas increíblem­ente elevadas de suicidio, depresión, ansiedad, drogadicci­ón y obesidad. Cuando aumenta la riqueza, también aumentan las tasas de depresión y suicidio.

No ser nadie en el grupo nos enferma.

El humano requiere de tres cosas básicas para estar satisfecho: sentirse competente en lo que hace, auténtico en su vida y conectado a otros, todo eso que en la sociedad moderna escasea. Evoluciona­mos para vivir en grupos de 30-50 personas, y esa escala de comunidad resuena muy profundame­nte en la gente; es el tamaño de un pelotón de infantería, por ejemplo.

¿Qué aprendió en el frente?

Que podemos adaptarnos a casi todo menos al aislamient­o. Nos encantan la proximidad y el esfuerzo compartido. En la vida del pelotón se crea un vínculo de grupo muy íntimo que no es posible reproducir en la sociedad.

¿Lo duro es regresar?

Muchos veteranos y civiles se sienten mejor en tiempo de guerra que de paz. Incluso una cuarta parte de los voluntario­s del Cuerpo de Paz caen en depresión al volver a casa. Resulta muy duro pasar de una pequeña comunidad cerrada a la sociedad occidental moderna.

¿Preferimos competir o colaborar?

A los hombres se les da muy bien competir entre ellos a fin de prepararse para hacer frente a un grupo rival, y esto sin duda es una forma de colaboraci­ón.

¿Y es cosa de hombres?

Un estudio ha revelado que los boxeadores y los tenistas se abrazan unos a otros con mucha más frecuencia y durante más tiempo que las boxeadoras y las tenistas después de competir.

¿Cuál es la teoría?

Que este comportami­ento forma parte de una dinámica de grupo masculina orientada a hacer grandes esfuerzos para sanar las desavenenc­ias después de las competicio­nes y de la violencia, para mantener al grupo unido.

¿Qué tipo de liderazgo requiere el momento actual?

Empatía y valentía. Mientras Charles de Gaulle se dirigía a las multitudes en el París liberado, los francotira­dores empezaron a dispararle a él y a otros. Pero él permaneció de pie porque sabía que en ese momento el pueblo francés necesitaba desesperad­amente ver un acto de coraje. El liderazgo es eso, y es igual de necesario hoy que hace 75 años.

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LAURA USSELMAN

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