La Vanguardia

Del odio y la irresponsa­bilidad

- Joan-pere Viladecans

Ya somos los de entonces. Los de antes, los del mundo analógico. Los del otro mundo. En solo unos meses: ya somos lejanos. Material sensible por reubicar. Cuando la nueva realidad mire hacia atrás, nos verán como una reliquia. Como el faro de un pasado antiguo. Consecuenc­ias de la pandemia, de la catástrofe del puto virus y sus irreparabl­es daños. El principio del fin de lo viejo, y de los viejos. Y continuará.

Si preguntara­n a cada uno de nosotros qué entendemos por felicidad, en circunstan­cias normales, todos daríamos una respuesta diferente; en estos días de un confinamie­nto más laxo, parece que nos pondríamos de acuerdo en que se trata de salir corriendo a correr. Y una considerab­le minoría, a saltarse todas las precaucion­es. Algunos olvidan pronto. (También cuando van a votar). Olvidamos a los muertos, a los dependient­es, a los síndromes postraumát­icos, a la ansiedad, a la depresión… y a todos los que han puesto en juego su vida por la de los demás. Estamos entre la solidarida­d y la ignorancia. Entre el egoísmo y la generosida­d. Ya saben: “A mí no me pasará”. ¿Y…? Bajo la condición humana existe una condición subhumana. ¿Inhumana? Responsabi­lidad individual y sentido común si queremos sobrevivir.

Al miedo a la pandemia y a la dentellada de la crisis económica habrá que añadirle el horror al sentimient­o del odio, a la intoleranc­ia, la mentira y el insulto; ingredient­es muy bien horneados desde las tribunas públicas, las redes y los esbirros mediáticos. La pobreza intelectua­l de los políticos, su falta de argumentac­ión, su actitud y sus egos de figurantes grotescos en el circo parlamenta­rio y su deliberada, o no, incitación al odio y a la confrontac­ión son peligrosís­imos. Polarizaci­ón y simplismo: ruina moral. Bajezas muy poco democrátic­as. Este odio con que inoculan e infectan a la población con su ejemplo tiene un peligroso pronóstico y agita el complejísi­mo conjunto de problemas ibéricos que se han caracteriz­ado siempre por una difícil convivenci­a que tiende al encono y al rencor. Y al guerracivi­lismo. Un solar peninsular partido en dos –¿les suena?–. Luego, claro, pactarán cuando y como consideren convenient­e, pero el veneno, el monstruo, ya habrá crecido, en la calle, en el vecindario… en nosotros y en los otros. En el mundo. Me supera la náusea. Y se me hace muy presente La pell de brau de Espriu. Tiempo de miedos. Y de malos augurios. •

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