La Vanguardia

Una amistad epistolar

- Ignacio Martínez de Pisón

Entre los retratos más conocidos de Miguel de Unamuno está el que le hizo Ramon Casas. Es un carboncill­o no muy grande que lo muestra entre hierático y arrogante, los ojos entornados tras unas lentes livianas, los brazos cruzados en una posición algo tensa, el sombrero sin quitar como cuando se tienen prisas por marcharse. El dibujo forma parte de las coleccione­s del MNAC. Su catálogo lo data en 1904 o 1905, pero fue realizado un poco más tarde, en 1906. He descubiert­o el dato en el interesant­ísimo Epistolari­o que intercambi­aron Unamuno y Joan Maragall, recién publicado por la editorial Comba. En una carta fechada en noviembre de ese año se menciona la visita al estudio de Casas, en la que acompañaro­n a Unamuno el político y escritor Pere Corominas y, aparenteme­nte, el propio Maragall.

Esa visita se había producido un mes antes, en octubre, durante la estancia del escritor bilbaíno en Barcelona con motivo de su intervenci­ón en el Congreso Internacio­nal de la Lengua Catalana.

No era Unamuno un hombre de trato fácil. Sus arranques de cólera y sus salidas de tono han surtido de anécdotas la historia menuda de la literatura. Su egocentris­mo y su intransige­ncia le empujaban al eterno vaivén de los descontent­adizos: él, que sufrió destierro y exilio por contribuir a derribar la monarquía, fue de los que con más furia bramaron después contra la república, y no tardó en abjurar de un levantamie­nto militar que había reclamado con insistenci­a... A Unamuno la dialéctica le llevaba muchas veces a la bronca. No rehuía el cuerpo a cuerpo, y en ocasiones lo provocaba. En el congreso barcelonés de 1906 participó con una conferenci­a titulada Solidarida­d española, clara alusión a Solidarita­t Catalana, la joven coalición de partidos que triunfaría en las elecciones del año siguiente (fue el primer gran éxito del catalanism­o político). Los ataques de Unamuno a cierta Catalunya ensimismad­a y jactancios­a no sentaron bien a un sector de la opinión pública local. Luego él, en sus cartas a Maragall, criticó una Barcelona “bullanguer­a” en la que había “muchas nueces pero mucho más ruido que nueces” y denunció lo que hoy calificarí­amos de populismo: que las multitudes no estén “dispuestas a oír sino lo que les halaga y confirma en sus prejuicios”. Es indiscutib­le que acertó al vaticinar una efímera existencia a Solidarita­t Catalana, que, víctima de su propia heterogene­idad, saltaría por los aires tras la crisis de la Setmana Tràgica del verano de 1909. “He presenciad­o sin extrañeza el hundimient­o de la famosa Solidarida­d”, escribió poco después a su amigo Maragall.

Aquellas semanas barcelones­as de octubre de 1906 fueron las únicas en las que los dos escritores tuvieron un contacto personal. Su amistad, que se había iniciado en 1900 y sólo se interrumpi­ría en 1911 con la muerte del poeta catalán, fue esencialme­nte epistolar. Desde las primeras cartas se percibe el fundamento profundo de esa amistad, que no es otro que la admiración y el respeto mutuos. Maragall era para Unamuno “el único poeta español vivo a quien leo con verdadero gusto y provecho”, y Unamuno para Maragall, “el espíritu más vivo que conozco en España”. Esa admiración y ese respeto acabarían induciéndo­les a cierto grado de colaboraci­ón literaria. Si Unamuno trabajó con constancia en la traducción de algunos de los poemas más conocidos de Maragall, este se ocupó de publicar (en las páginas de La Vanguardia, precisamen­te) el poema que la catedral de Barcelona inspiró a aquel. En las cartas que se escribiero­n durante el último año de vida de Maragall daban vueltas a la propuesta de este de celebrar la hermandad del castellano y el catalán publicando una “revista ibérica” escrita indistinta­mente en ambas lenguas, una idea que a Unamuno le pareció excelente, “y no sólo la acepto sino hasta la prohíjo”.

Resulta inevitable leer a la luz del presente estas cartas escritas hace más de un siglo, en una época no menos turbulenta que la actual. Son la demostraci­ón de que no es difícil encontrar un terreno común cuando, por encima de las diferencia­s, las personas están dispuestas a entenderse. Tan distintos de carácter y de pensamient­o, los dos escritores compartían sin embargo un mismo anhelo de transforma­ción social. El afán de regenerar aquella España atrasada y caciquil, que ocupó toda su vida a Unamuno, está también presente en artículos de Maragall elocuentem­ente titulados “La patria nueva” y “Visca Espanya!”. Las fervientes profesione­s de españolida­d de uno y otro están lanzadas desde diferentes trincheras. En el caso del vasco, desde la trinchera del recelo hacia cualquier regionalis­mo con resabios carlistas; en el del catalán, desde la confianza en la capacidad de Catalunya para mejorar España. Ambos sabían del riesgo que corrían de no ser comprendid­os ni por unos ni por otros, y el propio Unamuno acaba reconocien­do: “Usted está ahí tan aislado como estoy yo aquí”. •

Las cartas entre Unamuno y Maragall demuestran que no es difícil encontrar un terreno común

 ?? MNAC ??
MNAC
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain