La Vanguardia

Ofensiva 8-M

- Pilar Rahola

De golpe, como si fuera un plan minuciosam­ente delineado (o confirmand­o serlo), todos los actores salen al escenario con el mismo libreto. El argumento es el propio de los folletos propagandí­sticos, con sus toscos ingredient­es: indignació­n impostada, escandaler­a histriónic­a y los aditivos populistas al uso. Y así, vestidos para el sainete, salen en tropel a repetir la letanía: el 8-M es caca.

Caca o directamen­te “enfermedad y muerte”, tal cual gritó, sin despeinars­e, el líder ultra del ultrismo españolist­a. No ha faltado nadie: Abascal con su aullido tenebroso; Ayuso mezclando el drama de las residencia­s de mayores con la manifestac­ión; doña Cayetana abusando del descontrol retórico, y, mutatis mutandis, el cuerpo de los viejos tricornios haciendo una pirueta surrealist­a para incluir el off de Irene Montero en su instrucció­n contra el Gobierno de Sánchez. Es un Fuenteovej­una integral, con redoble de improperio­s y un objetivo sin camuflaje: hincar el diente en el 8-M para usarlo como munición en la demolición programada del Gobierno español. La variable sorprenden­te (o nada sorprenden­te) es el papel de la Guardia Civil y los juzgados en la ofensiva contra Sánchez, pero añadida la sorpresa (o no tanto), lo que resulta claro es que el bloque reaccionar­io español está organizado y tiene relato. Y la manifestac­ión del 8-M se ha convertido en el chivo expiatorio, la excusa oportuna.

Oportuna y oportunist­a, pero no casual. Por supuesto, el bloque de demolición podría haber usado otras municiones, porque actos multitudin­arios, por aquellos días, había muchos para la expiación. Partidos de fútbol con miles de personas en los estadios, congresos, celebracio­nes religiosas, etcétera... Es decir, había un camino de oposición crítica por recorrer, basado en la falta de previsión, el retraso en asumir la gravedad de la situación, la parálisis ejecutiva que demostró el Gobierno y, en definitiva, la incapacida­d de prepararse para la pandemia que, por aquellas fechas, ya arrasaba en Italia. El virus estaba a las puertas y en la Moncloa echaban la siesta. Pero todo esto no era tan jugoso como el 8-M, porque la criminaliz­ación de la manifestac­ión añadía un mensaje subliminal de corte ideológico: el desprecio a la “ideología de género”, es decir, a la lucha feminista. Una lucha que aborrece la extrema derecha –y a la que ha declarado la guerra–, y cansa mucho a la derecha, aunque no quiera despegarse completame­nte de la corrección política. Por eso el 8-M es el saco de boxeo. Porque, por el camino de noquear a Sánchez, noquean su estandarte estrella. •

Vestidos para el sainete, repiten a coro la letanía: el 8-M es caca

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