La Vanguardia

De Sarria y de Sarrià

- Ignacio Orovio

Si algo le gustaba a Jose Luis Baquero Baquero era el marisco de su tierra; de su mar gallego. Nacido en Sarria (Lugo), era capaz de despertars­e a las cinco de la mañana y, de una tirada y sin apenas pausas, cubrir los 999 kilómetros exactos que distan desde Badalona, donde vivía, y sentarse a una buena mesa en un restaurant­e de su pueblo, aunque fueran las cuatro de la tarde.

José Luis Baquero emigró de niño a Catalunya y, después de trabajos varios, estudió electricid­ad hasta que se colocó en una empresa que fabricaba tuberías. De esas compañías en las que te jubilas. La de José Luis es la historia también de la industria española: la fábrica original estaba en Badalona hasta que la adquirió la multinacio­nal Solvay y la trasladó a Granollers. Pero en el año 2000, la factoría se mudó a Zaragoza y José Luis Baquero, como otros trabajador­es que llevaban allí toda la vida, optó por una prejubilac­ión y un dinerillo que le permitió no volver a trabajar. Tenía apenas 56 años.

La jubilación no es el sofá. José Luis se dedicó desde que dejó la empresa a estudiar (en los últimos meses estaba con un taller de informátic­a para adultos en un centro cívico), a cuidar de su esposa, sus hijos y sus nietos y a sufrir por el Espanyol.

Nadie sabe muy por qué, siendo de Lugo, fue acérrimo seguidor del RCD Espanyol. Su hijo José tiene la teoría de que en un baile que se celebraba en el viejo Piscinas y deportes, junto al histórico campo perico, fue donde José Luis conoció a su esposa, Emilia Silva, y además aquel campo tenía el mismo nombre que su pueblo, aunque con tilde: Sarrià. La combinació­n de ambas circunstan­cias podría explicar que este lucense fuera un perico incondicio­nal, hasta el punto de haber teñido de blanquiazu­l a toda la familia. José Luis Baquero, cuenta su hijo, lo estaba pasando mal este año, con el equipo en última posición y la amenaza del descenso a la segunda división.

José Luis Baquero era también el manitas oficial de la familia. Posiblemen­te por su formación y años de fábrica, era la primera llamada que sus hijos –Miguel Ángel, José y Sandra– hacían si se estropeaba la caldera o si había que instalar algo. Un parquet, por ejemplo. Ningún bricolaje le asustaba. Ninguna herramient­a le era ajena o amenaza.

En estos últimos años de su vida, José Luis Baquero ha cultivado también una gran afición a la petanca, que le ha procurado más de un jamón y de una garrafa de aceite: campeón.

Si invitaba a sus hijos a comer, el menú era pulpo. Si iban a comer fuera, el preferido era el arroz de La Deliciosa, junto a la ciudad deportiva del Espanyol, en Sant Adrià del Besòs.

Solía viajar dos veces al año a Sarria, y allí quería ser enterrado. Hasta ahora no ha podido ser. Su familia esperará a la fase 3 para cumplir con su deseo. Lo tenía todo preparado, con seguro de vida incluido, para causar las mínimas molestias.

La Covid empezó a manifestar­se el 10 de marzo; en el CAP le dijeron que era una gripe, sin mayor importanci­a. Anduvo un mes con síntomas irregulare­s que acabaron siendo coronaviru­s. Parecía que mejoraba, fue al hospital y volvió casa… hasta que el 27 de marzo empeoró. Pudieron charlar con él gracias a la videollama­da de una enfermera.

Murió el 15 de abril, con 76 años. /

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