Todos seremos del Espanyol (un rato)
Cuanto más leo sobre el tema, más me convenzo de que la nueva normalidad se parecerá bastante a ser del Espanyol.
Como sociedad hemos vivido las últimas décadas en puestos de Champions, sin sentir nuestra esencial vulnerabilidad. Lo peor no entraba en nuestros cálculos. Por decirlo más claro, hemos sido todos del Madrid o del Barça. Mirábamos a la vida, a la Liga, con tranquilidad. La única preocupación (valiente preocupación) era saber cuántos títulos ganaríamos ese año. Pocos o muchos, pero siempre ganar. O perder poco. Perder tan poco que al perder entrábamos en una especie de depresión exagerada. Nos parecía injusto lo que es normal. Si algo hemos hecho estas últimas décadas extraordinarias ha sido quejarnos cuando las cosas no salían como nos habían jurado que iban a salir. A la directiva o al Estado, da igual. Quejarnos porque nos merecíamos vivir eternamente en los puestos Champions de la vida ¡Pero si hasta hemos llegado a fantasear con la inmortalidad! Homo Deus…
Bueno, hemos descubierto de golpe que somos frágiles, poca cosa. Bien.
Nos asomamos a un mundo incierto. O mejor, esa incertidumbre que siempre existió se ha revelado de un modo descarnado. Habíamos instalado biombos, cortinas, pantallas de televisión, falsas paredes y colgado hermosos tapices para no verla, pero ahí está, imperturbable, donde la habíamos dejado.
Y en esa intemperie recupera todo su valor lo ínfimo, lo cercano, lo que nunca apreciamos porque siempre está al lado.
Bienvenidos al miedo, señoras y señores. Bienvenidos a sufrir por casi todo, y precisamente por eso, a saber disfrutar con casi nada. Como cuando eres padre y ya no puedes ser más feliz, ni tener más pavor.
Bienvenidos a la normalidad más normal del mundo, la de saber perder, la de no darle demasiada importancia, la de diferenciar lo esencial de lo accesorio, la de conformarse con todo lo bueno que tenemos y no angustiarse demasiado con lo malo.
No se está tan mal en este nuevo lugar, de verdad. Nosotros este año ya no podemos sufrir más, y nos queda lo peor. Ya ves. Once partidos a vida o muerte, que nos devolverán cada minuto a nuestra minúscula irrelevancia. Y es altamente probable, lo dicen las estadísticas, que el final sea el final, The End, el infierno, la condena eterna.
Y ya os avanzo, porque lo sé, que incluso en ese final que no deseo pero que sufro desde el primer día de mi vida perica, también seremos profundamente humanos, normales, resistentes, y sin saber muy bien de dónde, sacaremos fuerzas para continuar, para resistir, para disfrutar con lo mínimo y ser felices con lo poco.
Y si nos salvamos… Perdonad pero no puedo explicarlo, porque esa felicidad os está vedada.
De la nueva normalidad acabaremos saliendo, más pronto que tarde. De la vieja normalidad de ser lo que somos, nunca.
Bienvenidos al miedo, señoras y señores; bienvenidos a sufrir por casi todo, y precisamente por eso, a saber disfrutar con casi nada