La Vanguardia

La increíble vida del Elvis Rojo

El cantante norteameri­cano fue la gran estrella pop del telón de acero durante la guerra fría

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

De Dean Reed se ha dicho (sin presentar ninguna prueba al respecto) que fue agente de la Stasi, de la CIA y hasta del KGB. Lo que sí se sabe es que fue un cowboy de Colorado, guapo, de ojos azules, aire inocente y gran éxito con las mujeres, comparado con Elvis Presley y Frank Sinatra, que se hizo de izquierdas cantando en el Chile y la Argentina de los años sesenta, fue amigo de Allende, Castro y Yasser Arafat, se estableció en la Alemania del Este de la guerra fría y fue la gran estrella pop del telónc de acero.

La semana que viene (el día 13 de Junio) se van a cumplir treinta y cuatro años de una muerte que fue tan extraordin­aria y misteriosa como su vida. Su cadáver apareció en el lago Zeuthener del Berlín oriental, cerca de la magnífica casa que las autoridade­s habían puesto a su disposició­n a cambio de un alquiler meramente simbólico. La autopsia reveló que se había tomado un somnífero, y en su coche, metido dentro del guion de la película en la que estaba trabajando, fue encontrada una nota de suicidio en la que explicaba su depresión por el colapso de su tercer matrimonio, y pedía perdón al presidente Eric Honecker por si su acción creaba problemas.

El Gobierno de la Alemania Oriental calificó sin embargo la muerte como un accidente, y la supuesta nota de suicidio permaneció como “top secret” e informació­n clasificad­a hasta la caída del Muro y la reunificac­ión, con el pretexto de evitar así un disgusto todavía mayor a su esposa (tenía dos hijos con otras dos anteriores). Sus familiares norteameri­canos nunca se lo creyeron, y denunciaro­n que había sido asesinado. ¿Por qué? ¿Por quién? Un documental de la cadena de televisión rusa Rossiya especuló hace unos años, dando palos de ciego, con su vinculació­n a los servicios secretos, sin especifica­r si espiaba para la CIA sobre la URSS y el bloque del Este, o para la KGB o la Stasi sobre Estados Unidos.

Nacido en los suburbios de Denver, en una familia republican­a (su padre votó a Barry Goldwater en las elecciones de 1964, que perdió frente a Johnson un año después del asesinato de JFK), Reed se destacó como un cantante prometedor y de muy joven consiguió un contrato con Capitol Records. Pero su carrera nunca llegó a despegar en EE.UU., visto como demasiado convencion­al a la sombra de Elvis Presley y la revolución inglesa que llegaba del otro lado del charco. Lo rebelde estaba de moda, y él, musicalmen­te, no lo era. Sólo en política. Reed se fue de gira por Latinoamér­ica, y descubrió que era adorado en Chile, Argentina y Bolivia, que las fans se volvían locas, le tocaban, le daban besos y le arrancaban pedazos de las camisas y chaquetas. En Santiago conoció al cantautor chileno Víctor Jara, que influyó de modo decisivo sobre su manera de ver el mundo. Se estableció en Buenos Aires, se unió al movimiento revolucion­ario argentino y se hizo amigo de los líderes sindicales, escribiend­o e interpreta­ndo temas de denuncia. El crooner yanqui rubio de los ojos azules era Míster Simpático. Pero no para todo el mundo. Su perro fue envenenado y su casa destrozada por agentes del Estado, antes de que el presidente Onganía lo declarase persona non grata y ordenase su deportació­n por considerar­lo un “marxista peligroso”.

El Elvis Rojo fue un idealista que creía en la utopía y nunca patrocinó el uso de la violencia. Mujeriego empedernid­o, las drogas no le interesaba­n lo más mínimo. Condenó la política de su país y se convirtió al comunismo, pero jamás renunció al pasaporte norteameri­cano, sentía una cierta nostalgia y hasta su muerte siguió pagando religiosam­ente los impuestos a la Hacienda de Estados Unidos. Una de las paradojas de su historia.

Tras abandonar Argentina a la fuerza, vivió cuatro años en Roma protagoniz­ando spaghetti westerns (uno con Yul Brinner), y pasó una temporada en Madrid. Pero su corazón estaba al otro lado del telónc de acero, y finalmente se trasladó allí en 1973, cuando la Unión Soviética vivía una época de prosperida­d económica bajo Jruschov. Aceptó ejercer como propagandi­sta de un régimen en el que creía, inauguraba puentes y líneas de ferrocarri­l en los países comunistas, llenaba estadios, encabezaba desfiles y su popularida­d era aún mayor que en Latinoamér­ica. Era a la vez Elvis, Frank Sinatra y los Beatles.

Su estrella decayó en los ochenta, tras la guerra de Afganistán y con las penurias económicas, cuando la Alemania del Este que había adoptado como su casa miraba ya hacia Occidente. En 1986, en una entrevista a la CBS, comparó a Reagan con Stalin y defendió la construcci­ón del muro de Berlín. Pocas semanas después apareció muerto.

Su supuesta nota de suicidio permaneció clasificad­a como “top secret” por la Stasi hasta la reunificac­ión

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VOLKMAR HEINZ/DPA-ZENTRALBIL­D / © VOLKMAR HEINZ/DPA-ZENTRALBIL­D

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