La Vanguardia

Los nuevos miedos

- Fernando Ónega

Desde principios de marzo, hemos vivido con un miedo racional, humano y colectivo: el miedo al contagio del virus. No era para menos. La cifra de muertos era espantosa cada día. Las imágenes y las noticias desmoraliz­aban: enfermos por los pasillos de los hospitales, saturación de las UCI, trabajador­es de la salud sin protección, teléfonos de emergencia que no daban abasto, trasiego de cadáveres, morgues improvisad­as, difuntos sin despedida. El miedo fue el mejor colaborado­r del Gobierno para que funcionase el confinamie­nto. Y funcionó: la expansión de la pandemia parece controlada.

Ahora, cuando gran parte de España entra en la fase 3 y el mando pasa a las autonomías, vienen otros miedos. Desde el estricto punto de vista de la salud, el del exceso de confianza. De los casos producidos esta semana se obtiene una conclusión: fiesta es peligro de contagio. Las últimas transmisio­nes del virus se produjeron en alguna celebració­n. Y la última, qué paradoja, fue de cinco médicos y una veintena de trabajador­es de un hospital de Madrid en la despedida de un compañero. Entramos en una etapa peligrosa de festejos, cenas de viernes en casas privadas, viajes… Si el virus sigue entre nosotros, no descarten que haya que volver al estado de alarma.

Segundo miedo, la judicializ­ación. Hay medio centenar de denuncias y querellas contra el Gobierno en el Tribunal Supremo y un número indetermin­ado en otros tribunales. Hay una primera sentencia condenator­ia del Gobierno de Aragón que tendrá un previsible efecto llamada, porque reconoce que la Administra­ción no facilitó material para la prevención del personal sanitario. Centenares de abogados preparan su artillería. Hay un delegado del Gobierno, el de

Madrid, investigad­o. Hay acusacione­s difusas contra Fernando Simón y Salvador Illa. Todo esto se cruza con el famoso informe de la Guardia Civil, la manifestac­ión del 8-M y la exigencia de responsabi­lidades a la mayor altura posible, que está en el skyline de Pedro Sánchez. La judicializ­ación del procés será una anécdota al lado del hervor judicial por el virus.

El tercero, la economía, qué les voy a contar. El déficit público, ya disparado. El endeudamie­nto, alentado por la compra del Banco Central Europeo. Y lo peor, las previsione­s, que a corto plazo solo contemplan crecimient­o del paro y destrucció­n de empresas. La única solución ofrecida hasta ahora es la subida de impuestos y la piadosa y publicitar­ia mentira de que de esta salimos más fuertes. Algún día nos explicarán en qué indicadore­s basan esa fortaleza.

Y el cuarto, la política. Esta semana hemos asistido al último debate del estado de alarma, que el PP quiso convertir en una causa general contra el Gobierno. No habló del virus, sino de toda la gestión del “presidente más radical de la historia”. ¿Y estos señores van a llegar a algún pacto de reconstruc­ción? Si hay más sentencias condenator­ias, la batalla política va a ser épica. Y por si faltase algo, se avecina una jugosa pelea por el reparto de los 140.000 millones. ¡Qué miedo da mirar al horizonte inmediato! Es una charca de cocodrilos y algún tiburón.

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EMILIO NARANJO / EFE El minsitro de Sanidad, Salvador Illa
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