La Vanguardia

La Biblia

- Arturo San Agustín

Me había quedado traspuesto ante el televisor y lo primero que creí ver fue a Donald Trump detenido en la puerta de la iglesia de St. John’s. Me pareció que llevaba un ladrillo en la mano. Luego me di cuenta de que no era un ladrillo sino un ejemplar de la Biblia. Y en aquel instante pensé en cierto asesor del expresiden­te George Bush, que le confesó a un periodista que el gobierno estadounid­ense se dedicaba a crear su propia realidad. Trump, ese error teñido de rubio, no ha sido, pues, el primero en nada.

En Estados Unidos la Biblia es un libro de uso muy común. Incluso te la encuentras en algunos hoteles. Ocurre que el manejo propagandí­stico de ese libro por parte de algunos, que tal vez nunca han leído ni siquiera algún salmo, alarma. Casi tanto como aquellos que aprovechan determinad­as circunstan­cias, muchas de ellas condenable­s, para organizar las llamadas guerrillas urbanas con sus incendios y asaltos. También los hay, notorios supremacis­tas, que han aprovechad­o el penúltimo muerto para condenar el racismo. El muerto es lo de menos. El muerto es sólo la excusa. El muerto es doblemente muerto.

De Trump se dice que siempre que cita algún versículo de la Biblia se equivoca. Nada sorprenden­te. Pero el problema no es Trump y similares sino todos aquellos que los votan. El problema somos nosotros, que queremos una solución y creemos que algunos la tienen, aunque no nos demuestren que eso sea verdad. Tampoco

El manejo propagandí­stico de ese libro por parte de algunos, que tal vez nunca han leído ni siquiera algún salmo, alarma

les exigimos esa demostraci­ón. Y nunca como hasta ahora ha sido tan fácil ejercer el populismo con Biblia o sin ella.

Donald Trump, a efectos propagandí­sticos, acertó cuando se encasquetó esa gorra de visera que suelen usar muchos agricultor­es y obreros en paro de la industria automovilí­stica estadounid­ense. Y también acierta cuando se cubre con casco de albañil o arquitecto en visita de obra. Pero creo o quiero creer que con el manejo de la Biblia ha cometido un gran error. Con los objetos o cosas llamadas sagradas por algunos hay que andarse con mucho ojo. Sólo en climas tropicales donde se suda mucho y se bebe aún más sus dictadores pueden manejar un crucifijo o la Biblia sin que pase absolutame­nte nada. Los objetos tenidos por sagrados o milagrosos siempre han sido útiles para los políticos y mercaderes aunque no sean creyentes.

El error de Donald Trump con la Biblia es que no la supo exhibir, la convirtió en un pesado ladrillo. Parecía un personaje de aquellas películas de bajo presupuest­o con argumentos bíblicos a quienes siempre les endilgaban un exceso de purpurina dorada. La lentitud de movimiento­s no siempre logra un efecto visual solemne. Y es que algunos ricos excesivos y con demasiado poder son todo menos aparenteme­nte espontáneo­s. Esos objetos y libros sagrados los manejaban y manejan mejor gentes con gran desparpajo como el parlero Chávez o su imitador Maduro. Y, si se empeñara en ello, Pablo Iglesias. Aunque este, llegado el caso, sospecho que esgrimiría una foto del papa Francisco si entonces aún no es beato o santo.

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