La Vanguardia

Cuando la jubilación no es un freno

- Sílvia Oller

Solo alguien enamorado de su trabajo como Josep Mateu continuarí­a levantándo­se a las seis de la mañana tras jubilarse para abrir la puerta del taller de la empresa familiar que ahora dirige su hijo Txemi. No había tregua. Fuera verano o invierno, lloviera o hiciera un calor sofocante, estuviera veraneando en la costa o en su piso de Girona, puntual como un reloj, a las 7.30 de la mañana era el primero en llegar, antes de que lo hicieran los empleados. Dentro siempre había algo para hacer: organizar material, reponer piezas... Por la tarde, a las 3, repetía el mismo ritual.

En ocasiones su mujer, Mercè Petit, le decía bromeando: “¿es que tienes miedo que el taller ya no esté?”. Se habían conocido cuando ella apenas tenía 15 años y se casaron ocho años después. Más de 50 años juntos, cuatro hijos (Miriam, Txemi, Jordi y Sandra) y siete nietos. El 3 de marzo Josep dejó de acudir al taller. Ese día empezó a encontrars­e mal sin saber todavía muy bien por qué y ya no se sintió con fuerzas de seguir con su rutina. Tras días de incertidum­bre sobre la causa de su estado, se confirmó el diagnóstic­o de Covid-19 y el 23 de marzo su corazón dejó de latir. Sin patologías previas.

Josep Mateu formaba parte de esa generación que empezó a trabajar como aprendiz y a la que no le importaba trabajar tanto como hiciera falta. Su primer trabajo, a los 16 años, fue en Can Ginès, una empresa de servicios de electricid­ad, mecánica y fontanería donde aprendió el oficio y fue subiendo peldaños. Reunía todas las calidades que gustan a los jefes. Buen trabajador, formal, responsabl­e… y cuando quiso emancipars­e y volar solo se fue a despedir y anunciar su intención de crear una empresa del mismo ramo. No hubo ningún reproche. En 1962, junto a sus dos hermanos Miquel y Narcís, fundó la empresa de servicios, electricid­ad, fontanería, reparacion­es e instalacio­nes Hermanos Mateu-nierga. A parte de trabajos domésticos, también se hicieron cargo de instalacio­nes del alumbrado público en varios municipios y puertos de Girona y también del mantenimie­nto de faros de la Costa Brava. Jornadas maratonian­as, de 6 de la mañana a 8 de la tarde.

Al margen del trabajo, con el que disfrutaba, Josep Mateu tenía otras pasiones, sobre todo los amigos y el mar. Su viuda recordaba ayer una frase que le dijo su suegra cuando todavía eran novios. “Josep se quedaría sin camisa por los amigos”. “Tranquila, que yo le haré cambiar”, replicó Mercè. Pero la fuerza de la amistad siempre pudo más. La colla dels Ángels, con la que solía reunirse los viernes para ir al santuario del mismo nombre, el grupo de amigos con los que cenaba los miércoles o con los que iba a navegar todos los sábados... todos lloran su pérdida. Miembro de la Associació Gironina d’amics del Mar (Agam) era feliz viendo el azul del mar o cuando la brisa marina le acariciaba el rostro en la playa o navegando.

Este hombre bondadoso, generoso y familiar tenía otra gran debilidad: los dulces. “Era muy goloso y se conocía todas las pastelería­s de la provincia”, afirma Mercè. Pueden dar fe los vecinos de la calle De la Creu, la suya, cuando compraba buñuelos parta todos en la comida popular de las fiestas de mayo. Amante de los viajes, Josep planeaba ir este año, por insistenci­a familiar, a una ciudad que nunca le había atraído mucho: Nueva York. Vital hasta el final.

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NIERGA
83 años
Girona
Jubilado
JOSEP MATEU NIERGA 83 años Girona Jubilado

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