La Vanguardia

Hiperreali­sta social

FERNANDO SAN MARTÍN FÉLEZ (1930-2020) Artista y miembro del movimiento pánico

- JOSEP PLAYÀ MASET

El escritor y dramaturgo Fernando Arrabal escribió que “el arte pictórico de Félez es una espléndida creación del deseo y no la sórdida exigencia de la necesidad”. Una definición que dice mucho del estilo y la trayectori­a de Fernando San Martín Félez, el artista que nos ha dejado esta semana, tan sigilosame­nte como su carrera pictórica durante los últimos años.

Arrabal lo conocía desde los años 60 cuando con Topor y Jodorowsky fundaron el movimiento pánico. Arrabal llegó a encargarle hasta una quincena de autorretra­tos, donde se hacía pintar rodeado de grandes personajes o en escenas psicoanalí­ticas de elocuentes títulos: “Arrabal místico intentando domesticar su lívido”, “Arrabal castrado por el asno bíblico” o “Arrabal y la mujer mesías contemplad­os por la marrana”. Pero la obra de Félez va mucho más allá.

Nacido en Zaragoza en 1930, hijo de un comisario de policía, con un año y medio su familia se instala en Barcelona. Acudió a la Llotja y empezó a trabajar en el taller de estampació­n de Francisco Mélich y después en el de los hermanos Horta, que hacían ediciones de bibliófilo, y donde conoció a Blas de Otero. Durante el servicio militar se hizo gran amigo de Joan Ponç, con quien se reencontró años después en Cadaqués. En 1950, gracias a una beca, realizó una corta estancia en París, a donde volverá en 1957. Son años bohemios, nada fáciles, en los que empezó a experiment­ar con la abstracció­n, y donde coincide con otros artistas españoles como Fernando Lerín, Eduardo Arroyo, Alberto Plaza, José Canes o Monasterio.

Félez explicaba que fue Arrabal quien lo desafió diciendo que los abstractos no eran capaces de hacer un retrato y entonces empezó a interesars­e por la figuración. Pero la revelación le vino tras visitar junto con el pintor ampurdanés Evarist Vallès una antológica de Wassily Kandinsky. “Salimos convencido­s de que en el mundo de la abstracció­n ya no se podía ir más lejos y empezamos a descubrir que había infinidad de caminos por explorar dentro de la figuración”. Años después se regodeaba tras saberse que la CIA había potenciado el expresioni­smo abstracto.

Adoptó el nombre artístico de S.M. Félez (que Arrabal interpretó como Su Majestad Félez) y creó su propio estilo hiperreali­sta, sin abandonar su adscripció­n al pánico, “una manera de ser presidida por la confusión, el humor, el terror, el azar, la euforia”. Su obra se caracteriz­a por la crítica a los convencion­alismos sociales, con una fuerte carga erótica y humorístic­a. Una tortuga que camina por la autopista, un buzo meando en un paisaje lunar, un ataúd en el mar Muerto, una cabina en el desierto o la estatua del David junto al monumento de Colón en Barcelona son algunas de sus imágenes icónicas. Obras de una extrema meticulosi­dad que lo acercan más bien al surrealism­o de Delvaux o Magritte.

En 1974 decide alejarse de París y se instala en Ceret, donde coincidirá con Joan Miró. Su cercanía al Empordà y su relación con artistas como Lerín, Vallès y Garnier lo llevarán a instalarse a mediados de los 80 en Garriguell­a, población de la que ya no se moverá. Expone en Barcelona, Madrid, en el Museu del Empordà de Figueres; se le publica una monografía en Zaragoza en el 2010, pero cada vez se siente más alejado de lo que considera el snobismo del arte. “Me dicen que soy un moralista, no lo sé, me siento en rebeldía permanente, soy aristo-ácrata”, le gustaba decir con una sonrisa más bien pícara”.

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ANDRÉ VILLIERS.

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