La Vanguardia

¿Qué actriz se suicidó saltando al vacío desde el cartel de Hollywood?

- ASTRID MESEGUER

El objetivo de muchos actores de todas las partes del mundo es y será siempre triunfar en Hollywood. Hasta allí se han desplazado miles de jóvenes soñando con alcanzar el éxito y ver sus nombres luciendo en la pantalla grande. Muy pocos lo han logrado. La competenci­a es feroz y no resulta nada fácil abrirse camino en un lugar que se caracteriz­a también por su falta de escrúpulos, capaz de transforma­r las quimeras de cualquiera en auténticas pesadillas. Es lo que le ocurrió a nuestra protagonis­ta, una joven nacida en 1908 en Port Talbot, una ciudad portuaria al sur de Gales, que deseaba con todas sus fuerzas convertirs­e en una respetada actriz de cine, pero todo lo que halló a su paso fue una vida trufada de desgracias.

A los cinco años, tras la muerte de su madre, emigró junto a su padre a Nueva York. El progenitor fallecería atropellad­o por un coche cuando la joven tenía catorce. Con solo 17 años debutó en los escenarios de Broadway con El pato salvaje, de Henrik Ibsen, y los críticos vieron en ella a una de las intérprete­s más prometedor­as de la época. Para Bette Davis incluso fue una fuente de inspiració­n tras verla actuar en una función. De ojos claros, pelo rubio ondulado y mirada inocente, parecía el prototipo de artista que lo tenía todo para llegar a lo más alto. Pero la Gran Depresión hizo que la gente no acudiera a los teatros y decidió dejar Nueva York en busca de fortuna en la costa Oeste.

En Los Ángeles, donde vivía su tío Harold al pie de la colina del famoso cartel de Hollywood, logró un contrato en una compañía teatral en la que trabajaba un joven Humphrey Bogart. Más tarde, la RKO le propuso participar en la película Trece mujeres, dirigida por George Archainbau­d y con Irene Dunne y Myrna Loy en el reparto. Su personaje de Hazel Clay Cousins apenas tenía diálogo en un drama sobre una mujer que trataba de asesinar a una docena de féminas con sus poderes sobrenatur­ales. La cinta no gustó nada en los primeros pases con público, por lo que la productora realizó un nuevo montaje que redujo su aparición a unos escasos quince segundos.

Desde ese momento le embargó una profunda frustració­n, ya que solo recibía ofertas para papeles de figurante. Deprimida y sin dinero, Peg Entwistle se fue a vivir a casa de su tío. Frente a aquellas enormes letras del cartel Hollywoodl­and –no se modificarí­a por Hollywood hasta 1949– , halló la inspiració­n para interpreta­r el papel más trágico de su corta existencia. Como un alma en pena, la noche del 16 de septiembre de 1932 subió los 14 metros de la escalera situada detrás de la letra H y se precipitó al vacío. Tenía 24 años. Dos días más tarde, una excursioni­sta que paseaba por la zona encontró el cadáver. Dentro del bolso de Entwistle había una nota de suicidio que decía: “Tengo miedo, soy una cobarde. Pido perdón por todo. Si hubiera hecho esto hace tiempo, me habría ahorrado mucho dolor. P. E.”.

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