Traficantes de ficción
Novela La autora francesa Maylis de Kerangal vuelve a volcar su fascinación por el funcionamiento del mundo que la rodea en una obra cultural que se adentra en la minuciosa técnica de la copia a través de una joven parisina estudiante de arte
A la escritora francesa Maylis de Kerangal le interesa cómo se hacen las cosas. En Nacimiento de un puente (2013) narró la construcción de una pasarela sobre un río; en Reparar a los vivos (2015), título que le valió el Premi Llibreter, describió la técnica de trasplante de corazón; y en la novela que ahora nos presenta detalla la metodología que siguen quienes se dedican a ese arte de la imitación llamado trampantojo. Así pues, salta a la vista que a la autora le fascina el funcionamiento del mundo que le rodea, y convierte esa misma curiosidad en el motor de unas ficciones en las que suele entremezclar una trama más bien escasa de elementos con una historia cultural del objeto sobre el que versa la narración. Y el resultado es excelente.
Un mundo al alcance de la mano recorre siete años (de los veinte a los veintisiete) en la vida de una joven parisina que se inscribe a una escuela de arte de Bruselas, donde, además de aprender el oficio de la pintura decorativa, entabla amistad con un chico tocado por el don de la genialidad y con una chica tan falta de talento que acaba dedicándose al negocio del arte. Y, en medio de estos dos extremos, Paula Karts, que ha escogido esos estudios casi por casualidad y que, aun con eso, inicia un viaje en gran medida interior por esa técnica de imitar la realidad que el ser humano ha ido perfeccionando a lo largo de los siglos.
Maylis de Kerangal ha escrito una novela de formación que, siguiendo el periplo estudiantil y laboral de la protagonista, acaba siendo una novela de cultura, puesto que la autora salpica la narración de ejemplos sobre los diferentes modos en que la humanidad ha tratado de copiar cuanto se mostraba a sus ojos. Así, cuando los personajes visitan la cantera de Cerfontaine, el narrador establece una analogía entre los diferentes estratos que componen la montaña y las distintas etapas en la evolución de la Tierra, resumiendo el transcurrir de millones de años en apenas unos párrafos que, de tan hermosos como son, comprimen todo ese periodo de tiempo en apenas un suspiro.
Igualmente, cuando la protagonista entra a trabajar como pintora de decorados en Cinecittà –una fabbrica dei sogni hoy en franca decadencia–, la autora despliega una reflexión sobre el arte de imitar la realidad que sólo concluye cuando, hacia el final de la novela, Paula es contratada para pintar una réplica de esa cueva de Lascaux considerada la “Capilla Sixtina del arte rupestre”.
De Kerangal traza una historia abreviada del arte de la imitación con la misma eficacia con la que María Gainza lo hizo sobre el arte de la falsificación en su novela La luz negra. En realidad, las dos autoras llegan a conclusiones similares, aun cuando lo consigan de un modo formalmente distinto. Tanto la argentina como la francesa son escritoras de enorme talento, pero, si la primera alcanza la belleza a través de la elegancia, la segunda lo hace a partir de un estilo tan plástico que parece tangible. De Kerangal pinta, repinta y después barniza cada una de las oraciones que conforman su novela, y lo hace con tanta meticulosidad que el lenguaje acaba adquiriendo volumen. Y es así como consigue una narración tan hermosa que incluso deslumbra. De hecho, la novela termina de un modo abrupto, pero hay tal muestrario de artes suntuarias en el camino que, la verdad, uno no puede más que cerrar el libro pensando: ¿a quién diablos leimportaelfinal? |
Paula es contratada para pintar una réplica de esa cueva de Lascaux considerada la “Capilla Sixtina del arte rupestre”